3. El monumento al Libertador

No saqué la cuenta pero se me ocurre que podría ser la gran pregunta de un concurso de preguntas y respuestas televisado: ¿cuántas copias hay en la República Argentina del monumento ecuestre al Libertador San Martín cuyo original está en la plaza San Martín de la ciudad de Buenos Aires? Alguna vez leí por ahí que el Ejército hizo más de 50 copias, varias obsequiadas a otros países. Prácticamente toda capital de provincia argentina salvo Tierra del Fuego tiene el suyo. Puestos a copiar, la obra del francés Joseph Louis Daumas es una de las más logradas en materia de monumentos ecuestres argentinos: aunque la cola del caballo encabritado sea algo inverosímil, su postura es elegante y el gesto señero del Libertador muy bien logrado. Hay muchos otros bronces ecuestres que hubiera sido penoso reproducir más de una vez, como el grotesco Belgrano de Plaza de Mayo que no encaja en su corcel de otro autor, el inverosímil potro de Urquiza tieso como un Pointer en Palermo y el casi cómico Güemes de Palermo casi Núñez, envarado a contraviento.
Pero me pregunto: ¿cuántos países hay en el mundo que hayan replicado tantas veces el mismo monumento en tantos lugares tan alejados uno de otro? Creo que ya ninguno porque los monumentos a Lenin y a Mao Tse Tung fueron eliminados en Rusia y en China y me parece que ninguna otra república latinoamericana reprodujo tan en serie (o tan en serio) a su Libertador.
¿Cómo se explica esta obsesión reproductiva? Por los militares que nos gobernaron durante la mayor parte del siglo XX: fueron ellos quienes promovieron al general y militar de carrera José de San Martín como primum inter pares entre los padres de la patria dejando en segundo plano al abogado y general improvisado Manuel Belgrano. Y más allá de los libros y programas escolares, la modalidad que utilizaron en el espacio urbano argentino fue lo que hoy se llama “copy paste”. Hicieron click y lo reprodujeron por doquier. Son todas copias fieles del original, hechas en el Arsenal del Ejército en los años ‘50.
El efecto de esta reproducción desde Córdoba hasta Río Gallegos a mi gusto es dúplice: por un lado como argentino nacido y criado bajo marchitas militares me resulta casi reconfortante reencontrarme con mi Libertador en idéntica postura y corcel en tantas plazas de tantas partes: es un efecto óptico que contribuye fuertemente a hacerme sentir en mi país no importa si cagándome de frío o de calor a lo largo de treinta grados de latitud terrestre. Por otra parte me agobia un poco esa cosa de ciudades todas de traza ortogonal donde sé que si encaro por calle Mitre o Rivadavia seguro llego a una plaza céntrica cuadrada con el monumento a San Martín y no necesito GPS para eso. Así siento cierto alivio cuando aplicando dicho método acabo en plazas como la de San Salvador de Jujuy donde para variar hay un Belgrano o la de Salta, donde cabalga un general Arenales.

