3. Los estilos de las mujeres argentinas
Es un lugar común hablar de la belleza de las mujeres argentinas pero raramente se va más allá de la afirmación genérica, cuando también en esta materia hay matices regionales. Ya la femineidad porteña y granbonaerense es tan densa y variada que habría que segmentarla por barrios, franjas etarias y consumos. No son iguales las chicas de La Boca que las de Núñez o Belgrano o Lomas de Zamora. Una de las cosas que más me llama la atención de las mujeres de clase alta porteña es lo mal habladas que son, sobre todo cuando se juntan entre ellas: basta ir a un restaurante porteño de barrio elegante y sentarse al lado de una mesa de señoras paquetas y eventualmente muy católicas para comprobarlo. También me resulta bizarro que se tiñan tanto de rubio, siendo casi todas morochas: no tengo la impresión de que el resto de las argentinas gasten tanta tintura y malas palabras. Las rosarinas de los barrios prósperos me recuerdan un poco a las mujeres romanas, por esa forma sensual de caminar (que Roberto Fontanarrosa atribuía al subir y bajar escalinatas y calles inclinadas con tacos) y un aplomo plebeyo particular, como diciendo “aquí estoy yo”: parecen mejor alimentadas desde bebas que las porteñas y menos snob. Un poco en el mismo estilo me resultan las marplatenses pero con algo más atlético y yodado: más patinadoras, nadadoras o surfistas. Las rosarinas y las marplatenses, incluso las más pacatas, habitan las dos ciudades argentinas de más rico comercio sexual (descontando a la tragalotodo Buenos Aires) y eso de alguna manera está presente en su directo lenguaje femenino. En las mendocinas de buen pasar (que se tiñen tanto como las porteñas pero no son tan malhabladas) encuentro delicioso el acento pero me fastidia el conformismo aburguesado: desde el peinado a la vestimenta son quizá las más caretas y conservadoras, y posiblemente también las más histéricas o difíciles de seducir. Es delicioso el contraste entre ellas y las sanjuaninas, que hablan igual pero son más directas y menos formales, más femeninas en el sentido carnal de la palabra.
En el noreste hay morochas espléndidas, varias de ellas enroladas en las policías provinciales femeninas. Tengo para mí que las correntinas de la capital son las argentinas que calzan los pantalones más ajustados y las minifaldas más ceñidas; el habla sonriente de las formoseñas me resulta de una dulzura sólo comparable a la del habla de las santiagueñas. Encuentro que las argentinas más sensuales están en las partes cálidas del país, entre Santa Fe, Corrientes, Chaco, Formosa, Tucumán y la Salta de las tierras bajas: habitan en un clima que les permite mostrar sus piernas. Y algo que me sorprendió en mi último viaje es ver cómo incluso en pueblos de Catamarca o la quebrada de Humahuaca hoy se ven chicas del lugar usando faldas cortas o shorts, allí donde hace veinte años eso no existía.
Todo lo contrario ocurre en Patagonia, donde habitan las mujeres menos sensuales del país, al menos por lo que es dado observar en las calles. Es que en las frías y ventosas Comodoro Rivadavia, Río Grande, Neuquén o Bahía Blanca andar de tacos y pollera es climáticamente imposible: las faldas se usan sólo para ir a bailar y ahí; por la calle andan todas de pantalones, y si hace frío, tan cubiertas que la mujer desaparece. Será por llevar pantalones o por vivir en una geografía ruda, pero las mujeres patagónicas son las más varoniles de Argentina. El extremo de esta clase de mujer se encuentra en las regiones montañosas, sobre todo en Bariloche y El Bolsón: la hembra esquiadora y montañista tiene piernas macizas y a fuerza de usar gorro cuida poco su cabello, no es la clase de mujer que se pinta y maquilla o perfuma ni gasta en pilchas que no sean deportivas. Así en estas comarcas están las argentinas más parecidas a esas viragos nórdicas que nada tienen de sensualidad latina, y en estos lugares los piropeadores de mujeres provocantes, si quedara alguno, van muertos de aburrimiento. Más allá de la femineidad aborigen, que por distancia cultural me resulta inabordable (¿qué podría decir yo de la mujer colla, más que hay algunas niñas, jóvenes, señoras y ancianas de rostros muy bonitos?), hay un mundo femenino argentino que me resulta más enigmático que los otros pero no me sorprende porque lo mismo me sucede con los varones: es Córdoba, la ciudad y la provincia. ¡Cómo me cuesta aferrar y entender a los cordobeses y cordobesas! Quizá me equivoco, pero tengo la impresión de que el famoso humor cordobés es más masculino que femenino y así también el trato de los varones cordobeses es más suave y gentil con el forastero (en este caso porteño) que el de las mujeres. Quizá no tienen onda conmigo porque no entiendo los chistes cordobeses, aborrezco el fernet cola, deploro el cuarteto y a la Mona Giménez y se me nota en la cara. Si hablamos de damas de clase alta, a las de Córdoba no las conozco pero tuve algún trato con salteñas y aquí me resulta interesante el contraste con sus pares porteñas: no las censé a todas, pero me parece que se tiñen de rubio bastante menos y que cuidan más su vocabulario.
Otro tipo de mujer argentina que no tiene nada que ver con las anteriores es la gringa descendiente de inmigrantes alemanes, escandinavos, eslovenos, croatas, ucranianos, austríacos o suizos que se encuentra a veces en las provincias de Buenos Aires o La Pampa, en el norte de Santa Fe, en Entre Ríos, en Misiones, en Chaco. Soy poco de las rubias veras o mentidas y nada de la piel blanca como la leche y así tiendo a verlas como monjas o marcianas en las que me sorprende que el aspecto rubicundo contenga a criollas hechas y derechas.