3. Restaurantes y parrillas en la ruta
A fines de los 80 cuando recorrí todas las rutas más importantes para hacer la primera Guía Pirelli de Argentina, me llamó la atención que a lo largo de tantos caminos y cruces camineros importantes no hubiera paradores al estilo brasilero, donde se come surtido y a gusto con poca plata en poco tiempo para seguir viaje. Acá no.
Acá venís y te sentás en una mesa con mantel y esperás todo el tiempo que sea necesario que venga el mozo con la panera y el menú y te pregunte qué vas a beber y a comer y aunque pidas vacío o asado de tira con fritas o ensalada mixta eso puede tardar un lindo rato en llegar y ni se te ocurra ordenar la carne jugosa haciéndote el gringo o impacientarte por lo que tarda, haciéndote el porteño. Acá es como es y vos venís y comés y si no te gusta te vas a la kilométrica ruta que te trajo y te llevó sin que nadie se acuerde de vos. Así es la parrilla rutera argentina.
Así era hace veinte años y sigue siendo igual: en Brasil se puede parar y comer algo rico en veinte minutos pero en Argentina parar a almorzar es un asunto de no menos de tres cuartos de hora, a la vera de la ruta. Si estás apurado tenés el choripán o los sándwiches de miga envasados en plástico de la estación de servicio. A mi juicio desde hace más de veinte años hay una formidable oportunidad de negocio servida a la vera de las rutas argentinas para dar de comer breve, bueno y barato.
El correlato de este conservadurismo gastronómico se verifica al llegar a todo pueblo o ciudad no frecuentado por el turismo anglosajón: antes de la una es imposible almorzar y ni hablar de cenar antes de las nueve y media, ya que a las nueve se abren las puertas. Muchas veces me sucedió después de un día al volante llegar a una capital provincial muerto de hambre y tener que aguantarme… o tomar un aperitivo con copetín en un bar hasta que llegue la hora argentina de cenar.