34. Termas
No soy aficionado a los baños termales, pero tampoco me disgustan si los tengo a mano. Tuve dos baños termales inolvidables. Uno fue en las Termas de Fiambalá: llegué por primera vez al lugar mientras viajaba en un R-12 para escribir la Guía Pirelli en 1989. El estacionamiento estaba desierto y no había nadie allí. Las piletas a distintas alturas por las que caía el agua termal en medio de la quebrada, con el sol de la tarde y el silencio me hicieron sentir dueño del lugar así que me desnudé y me metí en el agua. Fue uno de los baños de mi vida. Me lié un porro y lo fumé en placidez absoluta. Un cóndor sobrevoló la quebrada inspeccionándome desde la altura. Tuve una erección panespérmica, erotizado por la Pachamama.
Mi otro baño inolvidable fue en Copahue también en esa época, cuando todavía era posible llegar y darse un baño sin haber reservado con meses de anticipación. Como no tenía tiempo para probar todo, fui derecho a la laguna del Chancho que más que una laguna era una pileta olímpica llena de agua gris espesa y olor a fósforo quemado, que humeaba levemente. Dentro de la laguna había como focas o dugongos que sólo asomaban la cabeza, una cosa bastante monstruosa: las cabezas parecían flotar entre el vapor y el agua gris y pesada. Las testas de las focas y dugongos cubiertas de barro eran extrañamente humanas. Junté valor y me metí en la famosa agua del Chancho, un tibio terciopelo líquido no desagradable pasado el rechazo inicial. Fellini hubiera adorado todo eso: gordas y gordos chorreando lodo al salir del agua, con el barro filtrando los trajes de baño y dejando a todos desnudos o vestidos de fango curativo y las animadas conversaciones sobre reumas, várices, artrosis y otras dolencias. La laguna del Chancho es salutífera en sentido democrático: hace bien de vez en cuando emplastarse del mismo fango y ser uno más entre focas y dugongos. Es un carnaval de todos con el mismo disfraz, nudismo a una tinta, ágape de humanos recubiertos de humus sulfuroso: laguna del Chancho es la antípoda de la playita chic a orillas del Atlántico y ese es su encanto. El potencial turístico de esas aguas plutónicas a dos mil metros de altura se multiplicaría ciertamente si se habilitara un sector sólo para adultos.