35. Nuestras veinticuatro policías

 In Blog, Guía Existencial Argentina, III. Provincias

En el vecino pero unitario Chile tienen carabineros de Atacama a Tierra del Fuego, formados y educados según el mismo molde lo cual es de indiscutible comodidad para el viajero motorizado. En la federal Argentina tenemos veinticuatro policías provinciales además de la Policía Federal, la Gendarmería Nacional, la Prefectura Naval, la Policía Aeronáutica y no sé si me olvido alguna otra.

Así al pasar de una provincia a otra, el viajero sensible de la Argentina debe comprender que el policiamiento del respectivo territorio cambia no sólo de uniformes y colores o calidad y modelo de los patrulleros sino también en el trato, el profesionalismo y los protocolos por no hablar del carácter bravo o coimero de tal o cual policía provincial: un tema que en mis viajes no estuve explorando a fondo sino sólo incidentalmente, en lo que hace a la coima.

Al cruzar fronteras provinciales y bajar la ventanilla para responder preguntas o mostrar documentos se percibe que las policías provinciales en las rutas son bastante dispares en su funcionamiento. Así la policía correntina es pachorrienta y poco hinchapelotas, al igual que la policía sanluiseña y santiagueña. La policía más patrullera y eficiente al menos en temporada es la cordobesa, junto a la bonaerense. El trato policial de Santa Cruz me pareció antipático igual que en Salta, Mendoza y Misiones, aunque siempre correcto. La policía entrerriana es hinchapelotas, sobre todo con los porteños. La única coima que pagué en mis últimos 62.500 kilómetros por rutas argentinas fue en las afueras de Miramar, por haberme olvidado en casa la constancia del seguro. Zafé de otra ocasión similar en Misiones por no tener la VTV pero bastó mencionar que era periodista y la haría al día siguiente, como hice.

En todo caso, respecto a mi experiencia de hace tres décadas las policías provinciales progresaron bastante no sólo al incorporar y desplegar policía femenina. También en el trato con el viajero mejoraron mucho. Hace treinta años, cuando viajaba en auto, solo y fuera de temporada por rincones perdidos del país me sucedía con cierta frecuencia que un policía provincial o un gendarme me pararan en un control y además de pedir la documentación del auto, me preguntaran: “¿de dónde viene?, ¿adónde se dirige?” Y también: “¿Usted a qué se dedica?”

Entonces, ya que no transportaba nada ilegal y trabajaba para una gran empresa en un comercio lícito, más de una vez tuve que explicarle al uniformado de marras que sus preguntas estaban fuera de lugar ya que el ciudadano es libre de viajar por su país sin que nadie le pregunte adónde va ni de dónde viene y tanto menos, a qué se dedica. Solamente la AFIP o un juez y sólo en el caso de que hubiera cometido alguna infracción o delito, puede preguntarme a qué me dedico. De manera que mi respuesta era, según el caso: vengo del sur y voy para el norte y me dedico a mis asuntos. Según mi humor del día y la cara y edad del uniformado, alguna vez intenté otras respuestas:

–Si usted estuviera vestido de civil y sentado al lado mío, no tengo problema en contarle de dónde vengo y adónde voy ni a qué me dedico. Pero como yo soy civil y usted es policía, la ley me impide responder a sus preguntas.

–Se lo digo a usted pero no se lo cuente a nadie: soy espía del servicio de inteligencia uruguayo y estoy explorando los pasos fronterizos del sur porque la República Oriental del Uruguay planea invadir a la Patagonia argentina a través de Chile.

Entonces casi siempre me dejaron seguir de largo sin más, con una sonrisa o perplejos: sólo una vez en lo más profundo del Chubut un gendarme se molestó y perdí media hora hablando con sus superiores, mostrando mi carta de presentación de Pirelli Argentina. A través de las décadas estas insidiosas preguntas se hicieron más raras o por lo menos a mí dejaron de molestarme porque soy más viejo y mejores mis vehículos. En mi último viaje en auto por la Patagonia, sólo una vez un policía me preguntó de dónde venía y adónde iba y le contesté junto con los dedos de mi mano izquierda:

–Vengo de allá y voy para acá.

Y en viaje por el Noroeste alguna vez una gendarme o un policía me preguntó si andaba vendiendo algo, ya que mi camioneta parecía un mercado persa. Bastó contestar que no.

Si hay algo que no cambió desde fines de los ’80 aunque se aflojó bastante son los controles policiales en las fronteras interprovinciales. Que no sirven para nada lo demuestra que una provincia los hace y la de al lado los ignora. Pero donde los hacen, hay un asalariado de uniforme sin nada mejor para hacer que detener el tránsito de una ruta nacional para anotar a mano en una planilla el nombre de cada conductor, eventualmente su número de documento y la chapa del automotor. Mientras en Europa se viaja por ruta de Varsovia a Lisboa sin mostrar un pasaporte ni una licencia de conducir, en este sector del Mercosur hay policías que apuntan con birome que Diego Bigongiari, cédula de identidad número tal con su vehículo patente tal cosa pasó por tal lugar. En mis viajes carreteros por Brasil (que es un país bastante más federal que el nuestro) no recuerdo haber visto controles policiales fronterizos. Aquí, además de las policías y la Gendarmería, hay barreras de controles sanitarios y bromatológicos e incluso algunos fiscales. Le tengo fobia a los conitos anaranjados en el medio de la ruta: cada vez que los veo allá al fondo me digo a ver con qué preguntas estúpidas vienen ahora.

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