4. El final de las rutas

 In Blog, Guía Existencial Argentina, II. Rutas y caminos

El final más dramático de una ruta nacional argentina es al extremo sur de la 40, que en rigor es su nuevo kilómetro cero: antes de que la Argentina fuera administrada por patagónicos, la nacional 40 tenía su kilómetro cero en Mendoza y sumaba mojones hasta La Quiaca al norte y Río Gallegos al sur. Pero para el marketing turístico de la famosa 40 está muy bien que su trazado empiece en Cabo Vírgenes y termine en el kilómetro 5.224 en la frontera con Bolivia. A los efectos prácticos y dramáticos es al revés: La Quiaca es un anticlímax, una puerta de entrada más bien deprimente. La coronación es junto al faro en lo alto del barranco frente a la boca del estrecho de Magallanes. Si está abierto, ahí hay incluso un bar para tomarse un café, un té o un trago después de tan soberbia ruta.

En cambio el final más triste de una ruta nacional es de la 3 en bahía Lapataia. En sus últimos kilómetros la ruta ya venía finita y despacito como corresponde dentro de un parque nacional. Y Lapataia es un lugar bastante melancólico de suyo, donde llueve todo el año. El bosque fueguino ahí es lánguido y bonsai. El mar parece un lago. No hay más que un estacionamiento, un cartel que indica la distancia hasta La Quiaca y una pasarela de madera hasta la bahía. Uno llega hasta ahí y se pregunta para qué, porque el lugar le pregunta a uno para qué llegó hasta ahí: qué hacés acá, en la intemperie bajo la llovizna, sacándote una foto junto al último letrero vial del sur de la República.

No deja de ser interesante contrastar el final austral de estas rutas nacionales con otros lejanos extremos como el de la 9 en la desangelada altura de La Quiaca, el de la 12 en la lujuria forestal de Puerto Iguazú, el de la 7 en el corazón de la cordillera andina, etcétera.

La pucha si tenemos país rutero.

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