42. El Malbec
La del Malbec es una de las historias argentinas más exitosas de las últimas décadas. Me parece interesante recorrer el camino que esta cepa hizo dentro de mí desde 1989, cuando oí hablar de ella por primera vez. Entonces estaba escribiendo la primera Guía Pirelli (1990) y como mi conocimiento sobre vinos era de simple consumidor y había pasado años viviendo lejos del país, conté con la colaboración de Fernando Vidal Buzzi quien escribió las dos páginas de aquella edición: del Malbec decía que era la más difundida de nuestras cepas viníferas, que los entendidos consideraban que era superior al original francés, que había algunas bodegas que lo elaboraban como varietal pero que en general se lo empleaba para cortes de otras uvas, “inclusive aquellas que se ofrecen como varietales de otra denominación”. No recuerdo cuándo bebí mi primer Malbec varietal ni qué etiqueta era. Sí recuerdo que a principios de los ‘90 mis vinos argentinos favoritos eran el Carrascal, los San Telmo y Cuesta del Madero y si quería algo más, los Navarro Correas.
Un lustro más tarde, cuando hice la segunda edición de la Guía Pirelli (1995) Fernando Vidal Buzzi volvió a escribir la nota de vinos, esta vez de cuatro páginas, que del Malbec argentino respecto al francés resaltaba su “cambio notable, convirtiéndose en un vino de gran personalidad, buen cuerpo, profundo color, aroma y sabor característico, frutado, apto para la guarda” y con Luján de Cuyo como terruño más destacado.
Pero recién presté verdaderamente atención al Malbec cuando mi amigo Antonio Terni se asoció en 1998 a Alberto Antonini, Attilio Pagli y otros socios italianos en Altos Las Hormigas. Parece que hace una vida cuando en uno de sus viajes anuales de Italia a la Argentina, Antonio comenzó a hablarme de la potencia de esta uva que daba vinos estupendos en Mendoza y me hizo probar su primera cosecha, 1997. En esos mismos años colaboraba con la revista Cuisine & Vins y así fui acercándome más al mundo del vino. Pero fue a partir de 2003 cuando recorrí todas las tierras argentinas y sudamericanas viníferas para la primera edición de Viñas, Bodegas & Vinos de América del Sur (2004) que degusté sistemáticamente Malbec y vi por primera vez una cepa de esta variedad, probé sus uvas, comencé a interrogar a enólogos acerca de sus cualidades y a hacerme algo así como una “cultura” de Malbec a mi manera, ya que siendo autodidacta casi todas mis “culturas” están llenas de lagunas. Hoy ya no, pero hace diez años podía hablar más de una hora del Malbec y mencionar alguna docena de botellas o etiquetas que me conmovieron. Y así también después de la veneración inicial del neófito comencé a advertir sus límites (que los tiene, como todo en la Tierra) y a permitirme que otros varietales nuestros me gustaran tanto o más.
Es decir que el Malbec a mí me descubrió hace más de treinta años pero tardó casi una década en “conquistarme”, sin duda porque entonces el marketing del Malbec era nulo: el bombo malbequiano se desató muy a fines de siglo XX y su crescendo es cosa del tercer milenio.
Con las marcas exitosas adentro de nuestra cabeza pasa lo mismo que con los puntos novedosos y conspicuos a lo largo del camino: una vez que uno se acostumbra a su presencia se pierde noción del tiempo y uno juraría que esa cosa siempre estuvo allí. A mí me cuesta creer que llegué hasta los treinta años sin haber oído nombrar a la variedad y que comencé a prestarle atención pasados los cuarenta, como al tango.
Y hoy, décadas después y a modo de colofón, puedo decir que el Malbec me aburrió: es como esas personas jacarandosas tan simpáticas y elocuentes que caen antipáticas. Entre tintos argentinos, prefiero ambos Cabernet y, sobre todo, el Syrah. También porque estas cepas pagan bastante menos “impuesto al boludo” que el Malbec. De gvstibvs et coloribvs…