42. Qué le voy a cobrar

 In Blog, Guía Existencial Argentina, I. Argentinas y argentinos

Gracias a que los autos en Argentina son carísimos y que nuestro parque automotor tiene una edad promedio de casi veinte años, tenemos los mejores mecánicos del mundo. En todos mis largos viajes por el país siempre tuve algún problema mecánico y siempre encontré a un mecánico bien dispuesto a ayudarme, aunque fuera un domingo por la mañana. Perdí cuenta de las veces que entre Humahuaca y Ushuaia me arreglaron problemas de frenos, motor, radiador, aire acondicionado o electricidad. Una de las cosas que me hace sentir más seguro al viajar por nuestras rutas es que sé que no importa dónde, siempre encontraré un mecánico de pueblo bien dispuesto. De ese acopio de experiencias positivas me queda una sensación de gratitud hacia el gremio de los mecánicos argentinos, que además por regla general suelen ser personas de agradable conversación. Siento pena sabiendo que el progreso en esta materia tarde o temprano acabará con esos ingeniosos hidalgos de los motores que en un galpón caótico y sucio de aceite y grasa a menudo con fotos de mujeres tetonas en las paredes logran milagros: detesto esos motores modernos tan compactos que no hay forma de entrar en ellos si no es desarmando todo, llenos de sofisticaciones electrónicas con la diabólica capacidad de bloquearlo todo por un error de la computadora de a bordo y que además aniquilan al mecánico tradicional y lo sustituyen por esos doctores en mecanología de guardapolvo blanco que sólo saben cambiar plaquetas y, sin computadoras de testeo en sus talleres asépticos como quirófanos, están perdidos. Y además sacan sus facturas por computadora calculando horas y minutos de trabajo con carísimos respuestos. En esta materia estoy contra el progreso: me quedo con los viejos motores llenos de espacio para trabajar, con la filosofía del “lo atamo’ con alambre” y con el rasgo más noble de todos, a la hora de pagar por lo que para ellos era una pavada y para mí un drama insoluble: “qué le voy a cobrar, vaya nomás”. Por eso siempre llevo a bordo algunas botellas de buen vino tinto.

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