43. Las rutas del vino argentino

 In Blog, Guía Existencial Argentina, III. Provincias

Como con el Malbec, con las hoy tan manidas rutas del vino me pasa lo mismo: cuando recorrí toda la Argentina a fines de los ‘80 no había ninguna, no existía la idea. Sólo había algunas pocas bodegas y casi todas ellas en Mendoza que se podían visitar: las primeras que conocí fueron La Rural en Mendoza y Michel Torino en Salta. Las bodegas no estaban en los mapas ni en los planos locales, la señalización para llegar era casi inexistente y entre lo que se veía en ellas entonces y lo que hoy se ve corre la misma o mayor diferencia que entre una redacción de un diario con máquinas de escribir mecánicas, télex y teléfonos negros de baquelita y su aspecto actual. La pucha si hubo progreso en la materia: cuando hice mi primer relevamiento de Mendoza el mejor hotel de la ciudad (en el que pasé un par de noches) era el viejo hotel Plaza donde hoy está el Hyatt, el único restaurante recomendable era La Marchigiana y la mera idea de un bar de vinos o vinoteca sonaba a broma. De las bodegas de primera línea que se podían visitar en la segunda edición de la Guía Pirelli Fernando Vidal Buzzi mencionó La Rural, Norton y Weinert además de González Videla (que todavía está en pie en Las Heras, pero no existe como tal) y la colosal Peñaflor, que ya no se visita. En esa misma edición mencioné en Cafayate la visita a las bodegas Etchart (del que destacaba el Cabernet-Sauvignon (sic)) y La Rosa, que fue uno de los nombres de la ex Michel Torino y hoy es El Esteco. A propósito de estas “dos importantes bodegas industriales” anoté que elaboraban los “vinos locales de tipo Torrontés” si bien aclaraba que en “otros puntos más recónditos de los Valles, el Torrontés es producido en forma artesanal todavía hoy” porque a lo largo del camino alguien me hizo probar un vinagre de vino blanco llamado así. Siempre en esa edición de 1995 no decía una palabra de los vinos de la Patagonia y los vinos sanjuaninos, riojanos y catamarqueños no me merecieron la menor atención. En su nota, Vidal Buzzi apuntó que “en los últimos años se establecieron, tras largos análisis, las primeras denominaciones de origen controlado en Luján de Cuyo y San Rafael” que como es sabido, con los años pasaron a mayor gloria. También menciona “las zonas frías como el Alto Valle o Tupungato” en referencia al Semillon, “usado generalmente como vino de corte”. Algo que ya se advertía en esa última edición de la Guía Pirelli era que “se aconseja visitar las bodegas durante la mañana, dado que los mendocinos adhieren con rigor a la siesta. Conviene consultar con las agencias de turismo de Mendoza para informarse sobre los horarios de visita”: Internet entonces estaba en pañales, igual que las rutas del vino argentino.

Es curioso ver cómo resurgió y se impuso en pocos años el topónimo Valle de Uco: en 1956, la Gran Enciclopedia Argentina compilada por Diego Abad de Santillán decía en “UCO, Valle de: Geog. Hist. Zona de los actuales departamentos de Tunuyán y Tupungato, en la prov. de Mendoza, mencionada comúnmente en las viejas crónicas de los conquistadores; está situada al sur del río Mendoza, con este río al norte; la serie de lomas llamadas del Carrizal al este, la Cordillera por el oeste, y el río Tunuyán al sur y sureste”. Es decir que el topónimo había caído en desuso. Tan es así que cuando recorrí la comarca para la primera Guía Pirelli en 1989 no describí nada más que “espléndidos oasis viñateros” entre Tunuyán y San Carlos. Un lustro más tarde en la siguiente Guía Pirelli advertí que “el valle de Tupungato es conocido también como Valle de Uco” pero no dije una sola palabra sobre viñedos, vinos y bodegas. En esos años gracias a Arnaldo Etchart, Adriano Senetiner y Nicolás Catena habían llegado al país flying winemakers como Michel Rolland, Alberto Antonini, los hermanos Lurton y Paul Hobbs: el renacimiento del Malbec, la eclosión de los vinos de altura y el redescubrimiento del Valle de Uco estaba en plena concepción y gestación.

Creo que a veces no nos damos cuenta de lo fantástico que es vivir en el Nuevo Mundo, donde suceden estas cosas.

Aunque en rigor también suceden en el Viejo Mundo: si hace medio siglo alguien hubiera dicho que en la provincia de Livorno se elaboraría uno de los mejores y/o más caros vinos italianos, habría sido víctima de las estrambóticas groserías del dialecto livornés.

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