5. Elementos para una teoría de las rectas argentinas y las curvas peligrosas

 In Blog, Guía Existencial Argentina, II. Rutas y caminos

Si el antiguo y sabio Euclides concibió el espacio euclidiano en Alejandría, ¡qué geometría habría sido capaz de imaginar si hubiera nacido en el hiperespacio de las planicies argentinas!

La menor distancia entre dos puntos según la geometría euclidiana es una recta, pero para la psicología y percepción humana eso es falso: un camino recto es más aburrido y largo que otro con suficientes curvas.

Aunque la recta de asfalto haya sido trazada en una planicie horizontal, si el kilometraje en los mojones aumenta la ruta está levemente inclinada hacia arriba. Y si decrece, está levemente inclinada hacia abajo.

La recta de asfalto argentina en la pampa o la estepa patagónica es terriblemente monótona pero hay algo peor: las rectas en las llanuras chacosantiagueñas cubiertas a ambos lados de la banquina por un chaparral que oculta al horizonte y sólo deja abierto un adelante y un atrás siempre iguales.

Una recta infinita es el máximo grado de libertad para un punto en el plano euclidiano, pero para un ser humano condenado a cientos de kilómetros envarados la ruta puede resultar una cárcel, un monasterio de clausura o un cuartel: uno no sabe qué hacer con tanta libertad, sin nada alrededor. Al final sólo se tiene la libertad de acelerar, porque detenerse sirve nada más que para hacer pis.

Los rectilíneos argentinos trazados en las planicies desiertas crean un efecto óptico y psicológico que aumenta la importancia de cualquier cosa que aparezca en la ruta: El Cruce, La Tranquera, El Cartel, El Árbol o La Cubierta Pintada de Blanco asumen proporciones inusitadas. Son no-lugares que por fuerza de una nada constrictora se transforman en lugares.

Hacer dedo a la vera de una ruta recta y desierta no es pedir un pasaje, sino suplicar la salvación de un alma perdida.

Hasta ser pájaro es aburrido allí donde no hay árboles ni cerros y nada más que palos telefónicos y torres de alta tensión.

Las rectas argentinas verdaderas son aquellas que surcan una planicie absoluta. La mera presencia de un relieve en el horizonte falsifica a la recta euclidiana e introduce la curvatura de la superficie terrestre. Ya no estamos más en un plano ideal, sino en el globo terráqueo.

La ruta recta hace del manejar algo parecido al navegar por mar abierto y al volar plano y nivelado. Pero la ilusión de desplazarse por un sólido como si fuera un fluido se quiebra apenas se muerde la banquina.

En la planicie perfecta la banquina sin pavimentar es el abismo y morderla con una rueda es el polvo de la derrota. Sólo hay algo peor y es el choque frontal, frente al cual la banquina es un bálsamo recomendado.

La ruta recta de doble mano absolutamente desierta es oprimente. Algo de tránsito siempre se agradece y se saluda. Pero la recta demasiado transitada vuelve a ser oprimente. La recta vacía incita al suicidio y la recta saturada de tránsito, al homicidio culposo.

La recta asfáltica acompañada en paralelo a través de la llanura por una línea de alta tensión cobra el ritmo de las catenarias de los cables, que son las líneas curvas más hermosas que existen porque no las dibuja un plumín abstracto sino la gravedad terrestre.

La mayoría de las rectas rutas argentinas se trazaron así porque corrían paralelas a un ferrocarril que ya no existe. Sin más trenes en las vías oxidadas, enyuyadas y descoyuntadas, también las rutas argentinas murieron un poco.

Toda recta absoluta se niega intrínsecamente a las curvas, por útiles o beneficiosas que sean. Los letreros viales simplifican y dramatizan el llano discurso rutero: en vez de avisar al conductor que hay una “magnífica curva” a 500 metros o una “suave curva” a 300 metros, lo reducen siempre a la categoría de “curva peligrosa”. Pero las curvas de las planicies argentinas son peligrosas sólo por su extrema rareza.

La recta es macho y la curva es hembra, aunque no lo haya dicho Euclides. Por eso la recta asfáltica tiende a ser rápida y aburrida y la curva pavimentada es más lenta y entretenida. Igual que las mujeres, toda curva es peligrosa si uno no se percata u olvida que está frente a una de ellas. Con los ojos abiertos y los pies bien conectados a uno mismo y su vehículo, no existen las curvas peligrosas.

Sólo uno de cada cien carteles de “curva peligrosa” en Argentina anuncia realmente algo así. Las verdaderas curvas peligrosas son raras. Si se tomara un curvímetro y se midieran las supuestas curvas peligrosas argentinas de la llanura se obtendría que con igual derecho todas las curvas de las rutas argentinas de montaña deberían ser anunciadas como peligrosas o fatales y más teniendo en cuenta lo que no hay abajo, al otro lado de la misma. Pero la carretera de montaña es un harén de femeninas curvas y se supone que quien anda por ahí sabe lo que hace.

La recta que se ve adelante a través del parabrisas es exactamente la misma recta que se ve detrás reflejada en el espejo retrovisor. ¡Y sin embargo resultan tan distintas!

La carretera llena de curvas nos hace pensar y actuar; la ruta recta nos piensa y coloca a nuestro cerebro en ondas alfa, en un sopor hipnótico. Por eso no creo que los camioneros argentinos puedan ser mejores conductores que los camioneros brasileros.

La misma recta en la planicie recorrida de noche parece extraña y provisoria, pero al atravesarla de día se torna conocida y definitiva.

Un camino lleno de curvas puede llegar a conocerse de memoria, pero es imposible conocer de memoria a una recta de cien kilómetros de largo.

La verdadera ruta recta es la de doble mano: la autopista de cuatro carriles son dos falsas rectas paralelas. Una recta que no permite desplazarse en ambos sentidos sino sólo en una dirección no es una recta, sino un vector.

Más allá de las rutas con o sin horizonte, hay tres clases de rutas rectas argentinas: las perfectamente horizontales o de grado A, las inclinadas en un plano o de grado B y las que suben y bajan en línea recta sobre un plano ondulado, de grado C. Las rectas de grado A son rectas puras. La recta de grado B está distorsionada por efecto de la gravedad y es distinta al bajarla o al subirla, sobre todo en un camión cargado. La recta grado C es una recta cartesiana que se prostituye curvándose según el eje de las abscisas.

Por rectos que sean, un puente o un túnel nunca pertenecen a la recta.

En una ruta rica de curvas las nubes del cielo argentino valen poco y pasan desapercibidas. Pero en las rectas infinitas las nubes cobran valor paisajístico y psicológico. Hay rutas argentinas de las que sólo se recuerdan las nubes.

Por más que se dilate y por más larga que sea en Argentina, la ruta recta a nivel planetario es una anomalía. Tener las rutas más rectas y más largas puede ser otra aspiración fálica del machismo argentino, pero en el resto del mundo las rutas son bastante más curvilíneas de lo que supone el argentino de llanura.

Así es como hay dos tribus de conductores argentinos, con códigos ruteros bastante distintos: los que saben conducir en la montaña y los que sólo saben manejar en el plano euclidiano y la traza urbana ortogonal.

La mayor poesía de la recta de asfalto es cuando el sol de la tarde licúa en un espejismo su horizonte y allá al fondo se transforma en un puerto abierto al mar del cielo. Allá vamos siempre.

La recta asfáltica con motor y velocidad es un amigo tonto que no sabe decir nada. Pero esa misma recta asfáltica sin motor y de a pie es un enemigo idiota que no cesa de decir siempre lo mismo.

La macha recta argentina es como una curva pero histérica: quisiera ser infinita, no terminar de entregarse nunca, fugarse siempre más allá.

La recta asfáltica en perfecto estado de señalización y manutención es como un jarabe para el sueño. La recta poceada y mal señalizada, sobre todo de noche y con lluvia y tránsito, es una pesadilla de adrenalina.

La recta de ripio en la estepa patagónica o el altiplano es una falsa recta compuesta de infinitas minúsculas curvas llamadas serrucho.

Las rutas rectas y desiertas son las más indicadas para los psicóticos con manías persecutorias que se recuerdan todo el tiempo, en tanto que las rutas sinuosas de cierto tránsito resultan salutíferas para las neurosis y los trastornos obsesivos, que se olvidan por un rato.

Las curvan hablan y las rectas callan: por eso a las curvas hay que tomarlas despacio y las rectas se pueden realizar a cualquier velocidad. La velocidad es el remedio de las rectas, lo único que las calma un poco.

La recta es una curva sin sentido del humor.

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