5. Los casinos

 In Blog, Guía Existencial Argentina, IV. Ciudades y pueblos

En otras épocas, las ciudades y pueblos de nuestro país rivalizaban a ver cuál tenía la iglesia más alta o bella, el mejor edificio municipal o la mejor escuela, la biblioteca popular más dotada, la más rica sociedad de socorros mutuos, el Banco Nación más imponente. Hoy la competencia es en un sólo rubro: a ver qué ciudad o pueblo tiene el casino más guarango. En muchas localidades el casino (eventualmente con hotel cinco estrellas) es la construcción más fastuosa y reciente. En todas es la más iluminada y frecuentada de noche. Los templos y centros culturales de las ciudades y pueblos argentinos de principios de siglo XXI son los casinos. Doctor Menem abrió la puerta a la timba nacional y popular y Doctor Kirchner la llevó al paroxismo. Hoy en Argentina hasta casi en el pueblo más perdido hay un delivery de sushi y un casino. El legado arquitectónico del menemismo incluye además de casinos y bingos muchos shoppings, terminales de aeropuerto, barrios cerrados, cementerios privados y cabinas de peaje. El kirchnerismo deja obras viales a medias y fastuosos accesos iluminados al neón, cantidad de barrios de viviendas populares, centros del Bicentenario (quizá semivacíos) y una asombrosa proliferación de casinos.

Excluyendo el Casino Provincial de Mar del Plata (que a mí no me gusta, pero bueno) y si se quiere el de San Miguel de Tucumán, hablar de estilo en las fachadas de los casinos es un oxímoron: es lo más parecido que llegó la arquitectura al frívolo puterío revisteril que inspira a una gruesa de la gráfica y la televisión argentinas. Una remembranza cipaya del estilo estadounidense en la materia, pobretona u opulenta. Letreros y marquesinas luminosas, afición al dorado y los revestimientos plásticos de colores primarios son el lenguaje con el que estos antros lúdicos de perdición insultan al entorno y el contexto urbano. En sus versiones más pequeñas y humildes parecen sucursales o estafetas de una corporación de burdeles, si este fuera otro negocio legal en nuestro país: las más grandiosas parecen la casa matriz de lo mismo. No vi terminado el casino de Ushuaia (que por lo que vi en fotos ofende no poco a la fachada marítima de la capital fueguina) ni el hotel-casino de Chilecito, que será la mole arquitectónica sobresaliente del lugar. Una de las fachadas de casino más guasas del país curiosamente está en la avenida San Martín en pleno centro de El Calafate. Dice de la sensibilidad urbanística y arquitectónica del matrimonio Kirchner haber permitido o fomentado que un tal adefesio se construyera en el corazón de su “lugar en el mundo”. En el extremo opuesto está San Martín de los Andes, que admitió el infaltable casino dentro del tejido urbano pero le impuso una discreción acorde con el contexto. Por su lado, la Ciudad de Buenos Aires es bastante ridícula e hipócrita con sus casinos flotantes estilo Nueva Orleans. La única capital argentina que tiene un casino cuya fachada suma y no ofende es San Luis: en una esquina céntrica, el casino New York es una lograda escenografía que reproduce el clima de Manhattan creando un divertido efecto de anacronismo urbano. Puestos a transformar en negocio la ludopatía, sería bueno que los casinos argentinos imitaran al de San Luis y se llamaran París (hay uno con torre Eiffel en Puerto Rico, Misiones), Roma, Atenas, Venecia o Bombay y con sus fachadas evocaran alguna bella y lejana ciudad del globo.

Ludopáticamente hablando, la capital más deplorable de Argentina es La Rioja a cuya céntrica plaza 25 de Mayo se asoman, además de la Catedral y la Casa de Gobierno, tres casinos: uno para cada casta o pelaje de la ciudad. Los peronistas que hace cuarenta años declamaban “la patria dejará de ser colonia o la bandera flameará sobre sus ruinas” contribuyeron bastante al efecto de colonia arruinada que produce la pujante edilicia timbera en nuestro país. Sólo falta plantar sobre esas centelleantes fachadas la bandera de Rico Mac Pato, con el signo $.