50. Barranca Yaco, Cava de Cabezas, María Soledad

 In Blog, Guía Existencial Argentina, III. Provincias

Al norte de Sinsacate y a unos kilómetros de la nacional 9, en una llanura salpicada con espinillos y junto a un camino de tierra hay un sencillo monolito rodeado por simples cruces de palo y vacas pastando más allá en el lugar donde el 16 de febrero de 1835 una banda de asesinos a sueldo liquidó al caudillo riojano Facundo Quiroga. En ese mismo lugar, en 1976, los mierda con uniforme del Ejército Argentino dinamitaron el cadáver del montonero Marcos Osatinsky, tras secuestrar el féretro durante su viaje a un cementerio tucumano: antes lo habían asesinado arrastrándolo por una ruta atado del paragolpes de dos autos. El lugar es triste, anómico y espantosamente similar a una cava junto a otro camino de tierra a unos kilómetros de la provincial 11 cerca de Pinamar, donde el 25 de enero de 1997 otra banda de asesinos a sueldo liquidó al fotógrafo José Luis Cabezas: la misma llanura alrededor, con arbolitos espinosos y cruces de palo, otro monolito de cemento con algunas placas recordatorias y ofrendas desleídas por la intemperie y vacas pastando más allá. Algo parecido ocurre a las puertas de San Fernando del Valle de Catamarca aunque en un lugar más suburbano y menos desierto, donde el 9 de septiembre de 1990 fue hallado el cadáver de la joven María Soledad Morales, asesinada por gárrulos de la oligarquía política catamarqueña: otra vez el monolito y las ofrendas desleídas, que aquí remiten más a otros espontáneos santuarios a la vera de la ruta de fallecidos en accidentes, de los que ya dije en otra parte.

La similitud entre Barranca Yaco y Cava de Cabezas es estremecedora y habla de un invariante argentino ya que entre uno y otro asesinato pasaron ciento sesenta años: no es sólo el invariante paisajístico de la llanura bajo el cielo argentino, sino también la humildad de los recordatorios y las pobres cruces de palo. Son monumentos que no llegan a serlo, homenajes que se quedan en el monolito y la placa de bronce (que ocasionalmente puede no estar, ya que fue robada). En ambos crímenes los culpables en primera instancia pagaron por ello pero aun así quedó flotando un nosequé de impunidad ya que los mandantes no fueron encausados ni juzgados. Hay algo de provisorio en estos lugares, que contrasta con el carácter definitivo de la muerte. Es como si dijeran “nos duele mucho, pero no podemos hacer más”.

Leave a Comment