56. San Luis y los Rodríguez Saá
Viajé por todas las provincias argentinas y sólo una de ellas me produjo curiosidad de conocer y entrevistar a su gobernador. No es que no tendría preguntas para hacerle a otros gobernadores, pero no creo que al gobernador salteño le interese explicarme porqué Salta cuida tan poco a sus bosques y a sus aborígenes, ni al gobernador formoseño porqué coloca su enorme y poco fotogénico retrato de su rostro ovoidal en cada pueblo, ni al gobernador sanjuanino porqué hace entrar a su tierra tantos camiones brasileros cargados con cianuro ni porqué todas las taperas de la provincia están pintadas con su nombre, ni al gobernador de Tucumán porqué se le mueren niños de hambre pero pintó todos los puentes y muros para ser candidato otra vez en 2011, ni al gobernador de La Rioja porqué permite que pongan su nombre a una calle peatonal de Aimogasta, a un parque eólico y a un barrio popular de la capital. Pero a Alberto Rodríguez Saá o en su defecto a su hermano Adolfo cuando aún estaban en el poder me hubiera gustado preguntarles cómo hacían para que San Luis fuera tan distinta de las provincias vecinas y las otras: lo intenté, pero el muro de idiotas que los rodeaba resultó impenetrable. Si se le preguntaba a los puntanos, la respuesta usual en la mayoría oficialista es “porque no roban” y en la minoría opositora, “porque no roban tanto”.
Si se mira el presupuesto de la provincia por ejemplo de 2011 se ve que de los casi tres mil millones de pesos que gastó San Luis, la mitad se destinó a gastos corrientes de los cuales más del sesenta por ciento fueron salarios. La otra mitad del presupuesto fue en un noventa y tres por ciento a proyectos de inversión pública, sin incluir los doce millones que se gastaron en fomento de la industria del cine y otro tanto para la música. ¿De dónde salió la plata? Las dos terceras partes eran ingresos tributarios y de estos, las tres cuartas partes recursos coparticipados que llegaban desde la Nación, un cuarto eran impuestos provinciales. Los ingresos y las erogaciones estaban balanceados. Si se comparaba el presupuesto de San Luis con el de Catamarca (del año 2010), que tenía una población similar se veía que ésta disponía de tres mil setecientos millones pero los gastos corrientes (básicamente salarios) se llevaban las tres cuartas partes del presupuesto y había un déficit de unos doscientos millones de pesos. Ahí había una primera clave: San Luis no se patinaba toda la plata en salarios y gastos corrientes. La segunda debía ser un tema de gestión del gasto público: en la administración argentina los gastos “intercalares” (mayores costos, punitorios, etc.) por impericia o negligencia suelen terminar costando mucho más que el diez o quince por ciento de “diego” que roban habitualmente los políticos y funcionarios.
Lo cierto es que San Luis era un cachetazo a las demás provincias argentinas. Sin regalías petroleras, ni grandes riquezas naturales, ni muchas industrias, la provincia demostraba que se podía pagar puntualmente los sueldos de los empleados públicos, construir viviendas populares dignas para todos, hacer autopistas y nuevos caminos, embalses y hosterías, colocar obras de arte moderno en las rutas y ofrecer Wi-Fi gratis en todos los pueblos. Todo ello sin que se viera uno sólo de esos letreros que la presidencia Fernández de Kirchner desparramaba por todo el país para publicitar sus obras, aunque sólo estuvieran iniciadas y no terminadas. Había provincias argentinas mejor y peor administradas, pero ninguna era comparable con San Luis. Quiere decir que los demás gobernantes provinciales o son una banda de incompetentes o una manga de ladrones. Otra cosa es la forma en que lo hacían: ambos hermanos gobernaron su provincia desde que renació la democracia y el resultado fue que ser opositor en San Luis era parecido a serlo en las postrimerías de la Unión Soviética donde los opositores no eran considerados seres políticos sino enfermos mentales a los que había que recluir en manicomios. En San Luis no recluían a los contras, pero los consideraban un poco chiflados. Hasta que en 2023, con los hermanos Adolfo y Alberto peleados, se acabó la dinastía. Nada es para siempre.