58. Bautizar un accidente geográfico

 In Blog, Guía Existencial Argentina, III. Provincias

Se dice que en la vida hay tres cosas trascendentales para hacer: tener un hijo (tuve dos), escribir un libro (escribí más de veinte) y plantar un árbol (planté varios). Con mayor o menor dificultad esto se puede hacer en casi todas partes del mundo pero yo agregaría una cuarta cosa que sólo es posible en países como el nuestro: dar un nombre a un accidente geográfico que no lo tenía.

Tuve la suerte de hacerlo hace más de veinte años, cuando trabajaba para mis amigos los Iachetti explorando hasta el último centímetro de la isla Victoria en el lago Nahuel Huapi. De esa aventura me quedó el privilegio de haber agregado un topónimo a la geografía nacional.

En 2000, cuando relevé la isla con la única base de un antiguo mapa forestal para crear su primer mapa moderno en escala 1:25.000 (que fue realizado con mi dirección creativa por el cartógrafo Sergio Huykman, aprobado por la APN y donado a ella por la Hostería Isla Victoria de los Iachetti) descubrí que el cordón de crestas boscosas a lo largo de la orilla noroeste de la isla no tenía nombre ni en los mapas ni entre los poquísimos isleños. Entonces quise bautizarlo en recuerdo de Marcos Iachetti quien por ser mi coetáneo era el más amigo de los Iachetti de mi generación, todos descendientes de sendas madres amigas desde su juventud. Marcos (que era un indómito tomador de riesgos que vivía la vida como si hubiera sólo una, que la hay) murió en un accidente de tránsito demasiado joven, dejando cuatro hijos. Además de bonhomía e inteligencia (algo que siempre me sorprendió en alguien tan grandote, ya que no sé porqué asocio la inteligencia humana al mediano y pequeño formato) Marcos Iachetti era un joven empresario lleno de sueños y de ganas de hacer bien las cosas. Además, fue como su hermano Sandro un jugador de Los Pumas formado en ese Club Hindú donde los Iachetti a lo largo de tres generaciones fueron mucho más que simples socios y habitantes. Con Marcos vivimos bastante próximos esos principios de la década del ‘90 en que parecía que Doctor Menem estaba dispuesto a modernizar nuestro país. Yo acababa de publicar la primera Guía Pirelli y él estaba haciéndose cargo de los negocios hoteleros de la familia. Viajamos juntos algunas veces y las que más que recuerdo son una expedición al faro Querandí en una vieja Estanciera 4×4 que se nos quedó atascada en la arena y sin motor mientras la marea subía. Y otra excursión fotográfica al fondo del brazo Tristeza en una lanchita de la que volvimos de noche, sin combustible y con fuerte viento en la boca del Blest que fue una de las aventuras náuticas más riesgosas de mi vida. Pero también lo recuerdo haciendo pis al lado mío en un baño de la provincial 11 rumbo a Pinamar recordándome un grafitti de los baños del Colegio Nacional de Buenos Aires donde decía: “ya lo dijo Sócrates, lo dijo Platón: por más que la sacudas la última gota queda siempre en el pantalón”.

Con permiso de la familia (cultora del perfil bajo) y autorización del Parque Nacional Nahuel Huapi bauticé a ese relieve de isla Victoria como cerro de Marcos o del Puma. Fue una de las cosas que mejor me hicieron sentir en mis años de vida de Argentina y reconozco que fue un placer egoísta: darle un nombre a una parte de mi país que no lo tenía y darle el nombre de un amigo, que además fue un argentino de ley.

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