6. La Ciudad de La Punta

 In Blog, Guía Existencial Argentina, IV. Ciudades y pueblos

Más que una ciudad es un barrio satélite o ciudad dormitorio de la capital San Luis, pero con pretensiones. La fundó en 2003 el ex gobernador Adolfo Rodríguez Saá (hermano del siguiente gobernador, dinastía que acabó en 2023) y se resume en un gran hipódromo con hotel cinco estrellas y el infaltable casino, un estadio de fútbol, mucho pavimento y alumbrado al neón, cuatro mil casitas todas iguales, una avenida sin nombre donde a principios de 2011 había alguna docena de comercios (de la ferretería a la pinturería, como en un pueblo de bricoleros), un par de grandes plazas de arbolado incipiente con monumentos de cemento y mucho espacio baldío donde sólo crecen quebrachos. Una curiosa intervención artística es barnizar de color a los árboles secos en pie pero el artista o el municipio no previeron la manutención de las obras que lucen descoloridas, descascaradas y algo patéticas… a menos que ese sea el efecto deseado. La edificación comercial en la avenida sin nombre de Ciudad de La Punta es hórrida de simple: cuatro columnas, una loza de hormigón y paredes de ladrillo hueco. El apuro constructivo al tiempo de mi visita era cómico: por cada negocio terminado había dos en construcción. Parecía el montaje de una escenografía para una película sobre un típico pueblo argentino de llanura con un detalle atípico: al revés que en todos los pueblos y ciudades argentinas, en La Punta no hay un negro cablerío colgante entripando de asuntos privados al cielo público. Todos los cables discurren bajo tierra sin el espanto de los postes con telarañas: pero el gesto no basta para embellecer un urbanismo escuálido.

–Durante años nadie hizo nada. Ahora se apuran para terminar las obras porque vence el plazo. Si no construyen tienen que devolver el terreno que les dieron gratis –me explicaron.

La culminación surrealista de Ciudad de La Punta es la réplica del Cabildo de Buenos Aires a tamaño natural. Previendo quizá un inusitado crecimiento urbano, lo emplazaron bien afuera del pueblo en medio de la nada frente a un playón pelado que parece la Plaza de Mayo al día siguiente de una guerra atómica: el entorno desapareció y sólo quedan unos árboles ardidos y una Pirámide de Mayo pelada, petisa y regordeta errada en sus proporciones. En el balcón del Cabildo (que no reproduce al actual, sino al de 1810) cuatro patricios de resina plástica montan guardia con fusil. Adentro los muñecos de resina se multiplican recreando los personajes cabilderos y coloniales del Billiken: historia argentina narrada para el “país jardín de infantes”. Faltan las logias masónicas, los comerciantes británicos, los revolucionarios afrancesados y los enemigos de la revolución. Pero hay cañones, bueyes, caballos, burros y más patricios de resina: en este Cabildo todos los muñecos sonríen. Moreno, Alberti, Paso, Matheu, Saavedra, Belgrano, Azcuénaga, Castelli y Larrea parecen tomados de un museo de cera de la revista Caras: simpáticos y satisfechos como si acabaran de firmar un provechoso contrato. El Cabildo puntano es todo de plástico y copias pero hay cintas rojas y letreros de “no tocar” como si fueran objetos antiguos. Detrás hay un patio más bien patético con kioskitos de seudo artesanías, alfajores y una jovencita disfrazada de niña colonial que vendía Coca Cola.

Más allá del Cabildo sigue desparramándose la curiosa ciudad: están los estudios de la empresa estatal San Luis Cine, hay un pequeño planetario con un “parque astronómico” de obritas estrafalarias y carentes de manutención y la cosa termina en lo más ambicioso del emprendimiento: la Universidad de La Punta completa con sus edificios y dormitorios para profesores invitados y estudiantes. A principios de la década pasada estaba todo nuevito, recién terminado.

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