63. Ya no quedan insectos en las pampas

Cuando era niño y viajábamos en el Peugeot 403 de mis padres con mi hermana Marina teníamos dos pasatiempos: uno, asomarnos por el techo abrible del auto y tomar el viento en la cara y el otro, cuando nos deteníamos, correr a buscar en el radiador la cantidad de mariposas que había estrelladas allí.
Cuando hice mis seis meses de viajes por toda la Argentina en 1989 con un R-12, tenía que llevar uno de esas goma-esponja limpiavidrios que usan en las estaciones de servicio porque los insectos que se estrellaban contra el parabrisas eran tantos que los limpiaparabrisas no lograban eliminarlos del todo.
Hoy, cuando en pleno verano hago 300, 400 o 500 kilómetros por las pampas salgo de casa con el parabrisas limpio y vuelvo a casa con el parabrisas igualmente limpio, sin haberme detenido en ninguna estación de servicio a limpiarlo ni haber usado el sapito rociador y el limpiaparabrisas.
En los últimos 30 años hubo un insecticidio que aniquiló a mariposas, libélulas, cascarudos y otros insectos y los impunes asesinos que cometieron ese desastre ecológico cuyo precio será incalculable son todos los productores agropecuarios que usan, además del glifosato, toda clase de insecticidas no pocos de ellos prohibidos en Estados Unidos y Europa.
Lo veo sin salir de mi casa quinta: en verano hay poquísimas luciérnagas, las libélulas ya no vuelan nerviosas anunciando la lluvia, ya no se ven escarabajos rinoceronte ni vaquitas de San Antonio ni aparecen en la pileta escarabajos de agua y los pobres sapos se deben haber muerto de hambre, porque ya no se ve ninguno.

