7. Los muertos famosos en la ruta
En nuestras rutas además de templetes a la Difunta Correa y otras devociones paganas hay también monumentos o santuarios que recuerdan a los famosos que murieron en las rutas argentinas. El más espantoso de todos es el que recuerda al boxeador Carlos Monzón junto a la provincial 1 de Santa Fe en Los Cerrillos, donde se mató en un accidente de auto el 8 de enero de 1995: la estatua es horrible de fea y la inmensidad campestre que la rodea la ahoga aún más. Algo similar ocurre cerca de Ramallo a la vera de la nacional 9 donde el 15 de marzo de 1995 se mató en su helicóptero Carlos Facundo Menem. Más “pop” y visitados por sus fans son los santuarios de los cantantes Rodrigo en la autopista Buenos Aires-La Plata y de Gilda en la nacional 12 en Entre Ríos, que murieron en sendos accidentes carreteros: aquí no hay monumentos sino una acumulación de pobres escuálidas ofrendas.
En estos lugares la planicie impone su propia ley y por la ausencia de accidentes geográficos en el habla popular son los propios santuarios que devienen lugares en medio del no-lugar: así se habla de Gilda y de Rodrigo, como si fueran localidades. Distinta fue la suerte del folklorista Aldo Saravia que en 1961 murió en otro accidente en la vieja nacional 3 rumbo a Río Gallegos: en el lugar hay otro pequeño, sencillo y olvidado monumento en la estepa pero al menos su muerte grabó un topónimo en la geografía: el descenso de la meseta a la planicie costera en un ripioso camino que hoy es la provincial 75 se llama Bajada del Chalchalero.
El más monumental de estos luctuosos monumentos está junto a la provincial 5 de Córdoba a Alta Gracia y es un gran obelisco en forma de ala que recuerda a la actriz suiza Myriam Stefford, quien se mató en 1935 en un accidente aéreo no allí sino en el suroeste de San Juan. Pero su excéntrico esposo Raúl Barón Biza prefirió levantar el monumento en un lugar más a la vista, dentro de un campo de su propiedad.
Además de recuerdos de famosos, las rutas argentinas están sembradas de pequeños templetes y crucecitas dedicadas a los anónimos que allí perdieron la vida. Es una costumbre muy rara que compartimos con Chile y Bolivia y que bien pensado no se comprende del todo: ¿a quién le importa que en dicho lugar se haya matado o haya muerto por negligencia ajena una persona cualquiera? ¿Con qué derecho se usa el espacio público de las banquinas para erigir monumentos privados? Se supone que a los muertos se los recuerda en el cementerio, donde están enterrados: recordarlos en el lugar donde murieron me resulta un animismo pagano, como si el lugar donde se perdió accidentalmente una vida quedara impregnado o cargado de algo. A lo sumo estos templetes sirven como módicas señales viales que indican que incluso la más recta y llana de las rutas argentinas puede ser tan peligrosa y mortífera como un sinuoso camino de montaña con abismos y sin guardarriel. Ahora bien: si no fuera algo voluntario sino obligatorio que los deudos de los fallecidos en accidentes de tránsito levantaran templetes o plantaran crucecitas en el lugar, me temo que nuestras rutas parecerían campos de batalla.