8. El boludo argentino sobre ruedas
No creo que en la Argentina tengamos una mayor tasa de natalidad de boludos que en otros países, pero según mi experiencia es evidente que acá hay más boludos al volante que en los países limítrofes. La razón es muy simple: como nadie patrulla seriamente la mayor parte del territorio nacional y no se reprime la boludez al volante, los boludos proliferan más que en Uruguay, Brasil, Paraguay y Chile. De Bolivia no estoy tan seguro, porque he visto hacer maniobras muy raras en los caminos y rutas bolivianas y vi muy poca policía.
Es ocioso describir al boludo al volante porque el lector seguramente tiene su propia casuística casi cotidiana. Sólo voy a poner un ejemplo que me ocurrió hace años, un día que estaba tranquilamente tomando un café y leyendo el diario en una mesa al aire libre en el desaparecido bar y almacén Demarco en las afueras de Escobar. De pronto hubo un gran estruendo y un batán de remolque se incrustó contra un poste de alumbrado a unos metros de donde yo estaba: si no hubiera sido por el poste, el batán me hubiera arrollado.
Lo traccionaba una chata conducida por el típico boludo argentino: un gordito en chancletas de goma, que bajó con expresión azorada. Créase o no, el boludo llevaba el batán atado a la chata con alambre y ni siquiera iba despacio. Cuando lo encaré para hacerle ver que podría haberme matado, el boludo puso su mejor cara de tal o adoptó esa táctica tan criolla que se llama “hacerse el boludo”. Y siguió tan pancho.
Me resisto a incluir en el género a las mujeres no porque no haya boludas al volante, sino porque por regla general son menos peligrosas que los varones. La boluda o si se prefiere, conchuda al volante es la que estaciona en doble o triple fila para dejar o buscar a los chicos en el colegio sin figurarse como posible aquello que se hacía cuando yo era niño y en Buenos Aires había “zorros grises” que obligaban a dar la vuelta a la manzana. La boluda al volante hace maniobras lentas o titubeantes: la boluda al volante molesta, pero no mata. Y las estadísticas lo demuestran.