Hay un subtipo de boludo argentino al volante que vive orgullosamente su boludez y abunda sobre todo en Buenos Aires y el Gran Buenos Aires. Es un boludo particularmente peligroso: el que se ofende y ofende a su vez si se lo recrimina. Es el imbécil que se adelanta a contramano aunque vengan autos en sentido contrario o no respeta la prioridad en las bocacalles o rotondas y no contento con ello hace signos soeces con la mano a quien lo recrimina con un bocinazo. Es el pelotudo que se pega al paragolpes en la autopista o la ruta y encima se ofende si uno le indica que respete la distancia de frenado.

Para eliminar a esta clase de energúmenos de las rutas hay una sola forma de proceder, que es la que se adoptó en Australia: patrulleros sin identificación que patrullan efectivamente las rutas en forma no estacionaria. Bastaría colocar sólo uno o dos de estos móviles anónimos en la autopista Panamericana para cosechar todos los días una gruesa de gallitos al volante. Al Estado debería darle gusto ver cómo esta clase de energúmenos prepotentes se transforman súbitamente en pollitos mojados apenas los detiene una autoridad. Pero no. Los gallitos proliferan por falta de gallo que los ponga en escuadra.