ANULAR EL VOTO, ¡POR LA DEMARQUÍA!

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“El kleroterion era la máquina utilizada en la antigua democracia ateniense para designar por sorteo (y no por elección) a los representantes de los ciudadanos”

Por primera vez en la vida, comenzaré a hacer un poco de proselitismo político. Solo y sin más medios que las redes sociales, incluyendo el grupo de Facebook DEMARQUÍA que fundé hace un tiempo y cuenta casi 200 adherentes. Es que la política, como la religión, es una cuestión de consciencia. Y yo dejé de creer en la democracia: hoy creo en la demarquía y aquí explico porqué.

En el mundo sobran los ejemplos de cómo y porqué los políticos profesionales y los partidos políticos pueden ser dañinos para la democracia y desastrosos para la sociedad, pero hay un par que me parecen ejemplares. Uno es el del ex primer ministro británico David Cameron, quien por puro interés político (personal, más que partidario) condujo a Gran Bretaña al catastrófico referendum del Brexit. El otro ejemplo es Donald Trump, quien tomó por asalto al Partido Republicano y pretende tomar por asalto a la democracia estadounidense. Si esto ocurre en dos de las democracias más antiguas y consolidadas del mundo, figurémonos en Argentina, donde la democracia cumple apenas 40 años.

La causa de la crisis permanente, económica y política, de la Argentina se puede atribuir fundamentalmente a los políticos profesionales y los partidos políticos en su incapacidad, a mi juicio irremediable, de obrar por el bien común. Los partidos políticos a tal punto perdieron su función y significado que hoy no son más que sellos de goma al servicio de ambiciones personales. Ninguno de ellos satisface la función que les asigna nuestra Constitución Nacional en los artículos 37 (Esta Constitución garantiza el pleno ejercicio de los derechos políticos, con arreglo al principio de la soberanía popular y de las leyes que se dicten en consecuencia. El sufragio es universal, igual, secreto y obligatorio.) y 38 (Los partidos políticos son instituciones fundamentales del sistema democrático. Su creación y el ejercicio de sus actividades son libres dentro del respeto a esta Constitución, la que garantiza su organización y funcionamiento democráticos, la representación de las minorías, la competencia para la postulación de candidatos a cargos públicos electivos, el acceso a la información pública y la difusión de sus ideas. El Estado contribuye al sostenimiento económico de sus actividades y de la capacitación de sus dirigentes. Los partidos políticos deberán dar publicidad del origen y destino de sus fondos y patrimonio.)

Ningún partido político argentino respeta el art. 38 de la Constitución: carecen de organización y funcionamiento democrático, no representan a las minorías, no permiten la competencia para la postulación de candidatos, no permiten el acceso a la información pública y no difunden ideas sino engaños y mentiras. Tampoco capacitan a sus dirigentes ni dan publicidad al origen y destino de sus fondos y patrimonio, un agujero negro.

El peronismo o justicialismo, con sus varias denominaciones, desde el regreso de la democracia sólo tuvo una elección interna. En las elecciones de 2007 la candidatura presidencial se decidió en una cama matrimonial y el vicepresidente en esas elecciones fue un tránsfuga y en las siguientes un delincuente elegido a dedo por la presidente. En sucesivas elecciones se mofaron de los electores y la democracia con las “candidaturas testimoniales” electas para renunciar al día siguiente. En 2019, el candidato a presidente fue elegido por una sola persona, su vicepresidente, y comunicado al partido y al pueblo por tuit. Un individuo cuya única particularidad en su mediocridad es la de ser el primer y único hijo de dos presidentes es diputado y ex jefe de su bancada.

El PRO de Mauricio Macri tampoco es un partido político en el sentido constitucional del término. Es una organización electoral al servicio de un particular, de la que se desconoce toda forma de participación partidaria y los candidatos se eligen a dedo, desde el vértice, con vergonzosas disputas interpersonales que justifican el nombre en mofa que le aplicó otro nefando político, “Juntos por el Cargo”. Mucho peor es la Coalición Cívica de la señora Elisa Carrió, acabado ejemplo de partidito unipersonal.

La Unión Cívica Radical es quizá el único partido argentino que aun conserva ciertas formalidades partidarias, bien que allí también deformadas por los personalismos. El Partido Socialista de la Ciudad de Buenos Aires es desde hace décadas tamponado por un inútil e inoperante taxy boy del PRO. Y así sucesivamente, hasta la izquierda y los partidos provinciales, que son con frecuencia verdaderas dinastías familiares.

Tampoco es excepción el inverosímil personaje que se presenta como enemigo de esta “casta política” a la que pertenece con todos sus tics: nadie tiene noticia de cómo fue electo candidato ni por quién. Su programa político se improvisa bajo su melena y al compás de las pantallas.

 

Nuestros partidos políticos no resuelven los problemas: los crean y venden caros

Tomemos por ejemplo uno de los problemas más graves que aquejan a la política argentina, la llamada “grieta”. ¿Alguien cree o pretendería demostrar que ésta surgió espontáneamente entre los ciudadanos? Fue creada por un matrimonio político cuyo proyecto original consistía en alternarse en el poder durante no menos de 20 años. Y luego fue profundizada por sus opositores amarillos, que dividen al país entre “ellos y nosotros”.

Veamos la descomunal insustentabilidad económica del Estado argentino: ¿algún partido propuso en su plataforma electoral duplicar el número de empleados públicos o de ministerios, llevar el gasto público al paroxismo, cargar al sistema previsional con millones de jubilados que no hicieron sus aportes? ¿Alguien anunció en su programa político que se privatizarían las jubilaciones o, años después, que se estatizarían? Lo mismo dígase de las empresas públicas privatizadas y re-estatizadas. Todo sacado de la galera por oportunismo y afán de lucro, sin ningún procedimiento político interno o externo.

Cualquiera sea el problema o drama que aqueja a tal o cual sector de nuestra sociedad, si se lo mira en detalle se encontrará que los políticos y sus partidos fueron habitualmente la causa de ellos, sólo excepcionalmente su solución. La incapacidad de la democracia instaurada en 1983 de asegurar el crecimiento económico, social y cultural de la Argentina y los argentinos tiene una sola causa: la ineptitud, la inverecundia o incluso la inmundicia inmoral de los políticos, llámense radicales, peronistas de toda laya, macristas, etcétera. La Argentina fue traicionada y destrozada por su clase política, en provecho propio.

Cambian las mayorías, pero ningún congreso elimina las infames “listas sábana” que son las que permiten que personajes impresentables, cuando no verdaderos delincuentes, lleguen a ser elegidos diputados e incluso senadores. Todos los gobernadores provinciales encuentran parte del derecho natural designar a sus consortes en el Senado. Hay provincias gobernadas por el mismo delincuente desde hace décadas.

En Argentina hay 1.163 legisladores provinciales, que cuestan (en 2022) unos 340 mil dólares por año cada uno, mientras que mantener las 24 legislaturas cuesta casi 400 millones de dólares por año. Una provincia de las que más gasta en esta materia, Chaco, tiene al 74,6% de los menores de 17 años en la pobreza, mientras los mierdas de su legislatura se llenan los bolsillos. Los políticos le cuestan a los argentinos la friolera de 1.669.150.000 dólares al año, bastante más de lo que suele haber como reservas líquidas en el Banco Central en los últimos años.

En comparación, en Estados Unidos sólo 10 Estados tienen parlamentos full time y 14 a tiempo parcial, mientras el resto tiene un sistema híbrido. Los emolumentos varían considerablemente, desde los casi 120 mil dólares anuales que reciben los legisladores californianos a los 100 dólares por día de trabajo legislativo que reciben muchos legisladores con parlamentos a tiempo parcial. Y en New Hampshire, los legisladores ganan ¡100 dólares por año!

California tiene un producto bruto de 3,4 millones de millones de dólares, Argentina de 490 mil millones de dólares, unas 70 veces menor. Pero sus legisladores ganan 3 veces menos que el promedio de los legisladores tucumanos, formoseños, etcétera. Pornografía al estado puro, ahora con paridad de género: igual cantidad de prostitutas que prostitutos.

 

La demarquía es la verdadera democracia

No existe la menor posibilidad de que los partidos políticos argentinos se reformen a sí mismos, incluso utilizando aquellas herramientas tecnológicas digitales que permitirían una total transparencia y democracia interna.

Es claro que instaurar la demarquía en Argentina es algo tomaría décadas pero al menos es posible, mientras que lo anterior es imposible. Para ello, según el artículo 30 de la Constitución, hay que lograr el voto de dos terceras partes del Congreso y convocar a una Convención. Antes, habría que crear un Partido Demárquico y llegar a cosechar muchos millones de votos. Para comenzar, lo que me propongo y propongo es anular el voto con un marcador grueso escribiendo en cualquier boleta electoral: ¡DEMARQUÍA!

Es claro que nadie las va a contar y se sumarán a los votos anulados. Pero si la cantidad de votos anulados creciera respecto a su promedio histórico, sería una señal más del hartazgo de los ciudadanos con los políticos y sus partidos. Si en dos o tres ciclos electivos la anulación del voto demárquico se volviera significativo, sería el momento de crear ese partido de candidatos sorteados entre sus afiliados y comenzar el largo camino hacia el poder. Mi generación no lo verá, pero quizá sí nuestros hijos.

En el grupo de Facebook DEMARQUÍA escribí varios artículos al respecto, incluso sobre los potenciales defectos o peligros de tal sistema que sólo parece aplicable a naciones de alto grado de desarrollo humano, como todavía es Argentina. También escribí sobre su historia y dónde y cómo se la está aplicando hoy. En Wikipedia en castellano y en inglés (Sortition) hay más.

Respecto a las objeciones concretas que mi posición pueda suscitar, sostengo: en primer lugar, anular el voto es una forma de participación cívica y democrática muy superior al simple ausentismo, que crece en cada elección. La anulación del voto es un derecho cívico y también un deber frente a sistemas de gobierno antidemocráticos como el nuestro, donde los partidos políticos ya no existen sino para ambiciones y disputas de poder personales.

No pocos, de un lado y otro de la “grieta”, creen que las próximas elecciones son cruciales para el destino nacional y no se puede “desperdiciar” el voto. La cruda verdad es que nunca, en 40 años, habrá habido elecciones menos cruciales que éstas: el futuro ya está decidido por la realidad y cualquiera sea el gobierno electo, no tiene ningún margen de acción o decisión salvo aplicar el programa propuesto por el economista Carlos Melconian. Será ajuste o ajuste, por las buenas o las malas.

Da lo mismo votar al peronismo más o menos kirchnerista, al macrismo más o menos macrista o al delirio mileísta por no hablar de la siempre microscópica izquierda. La Argentina, gracias al macristinismo, ha llegado a un punto en el que a lo sumo puede elegir al cirujano, pero irá forzosamente al quirófano.

Y para eso deberemos gastar millones de dólares en financiar campañas electorales que durante meses saturarán los medios hasta el hartazgo con sus falacias y delirios, tomando a los ciudadanos por idiotas. Y harán perder otro día más de la vida para ir a votar.

Pero un día lejano podría no haber nada más de eso. Simplemente un sorteo de la Lotería Nacional, cada 4 años. Todos quienes compartan este sueño deberían sumarse al grupo DEMARQUÍA en Facebook.

Diego Bigongiari

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