CON UNA COPA DE MÁS: El blablablá del vino es eso, blablablá…
Como suele sucederme en cierto momento del año en que agoto los vinos que me sobraron de la campaña, me vuelvo hacia esa reserva estratégica donde guardo algunas de las mejores botellas durante más de diez años.
Por mencionar sólo las de las últimas noches, de a botella por noche, me bebí un Urraca Primera Reserva 2005, un Kinien Malbec 2003, un Famiglia Bianchi Cabernet Sauvignon 2003, un Guayquil 2004, un Marcus Merlot Gran Reserva 2005, un chileno Errázuriz Cabernet Sauvignon 2003 y ahora escribo acompañado por un uruguayo Del Pedregal Prima Donna Tannat 2004. O sea, todos vinos coetáneos o mayores que el mayor de mis dos hijos.
Cuando bebo estos vinos, junto al sereno pero enorme placer que me causan, me siento un vano tonto. Y siento que mis colegas enógrafos y sommeliers que comentan vinos e incluso los productores que los describen en retroetiquetas y gacetillas al lanzarlos al mercado son también tan vanos tontos como yo. Ni hablar del 99,9% de los consumidores de vino que ni por asomo suelen saber lo que es un vino añejo. Me pregunto: ¿qué diablos hago todos los años desde hace tres lustros catando, puntuando y describiendo a ciegas tintazos jóvenes cuando lo único que tiene sentido beber, en materia de tintos, es grandes añejos? ¿Qué zoncera es la de olisquear y paladear a por descriptores si el verdadero vino es aquél que tras diez o quince años buqueteó, no contiene más ya nada de eso y se torna casi inexpresable en palabras? A la misma edad en que mi hijo mayor (“small kids small problems, big kids big problems”) me intranquiliza, estos mayorazgos me ponen serenísimo. Disfruto cada sorbo de esas copas sin aromas ni taninos sino con un todo, sabio y redondo, que sólo cabe beber en silencio. ¿Qué puedo decir de este Tannat 2004? Nada, más que está perfecto. Es una ecuación o un teorema enológico resuelto de la única manera posible en matemática, verbigracia, sin error alguno. Y lo mismo digo de todos los vinos anteriores y los que seguirán. Porque los corchos pueden estar mal (no los cambio cada diez años como habría que hacer) pero muy raramente el vino añejo me falla y cuando lo hace, es porque era un vino de gama media olvidado entre mayores, un tapón de silicón entre los corchos.
Lacan decía que vivimos en un mundo donde la verdad siempre se dice a medias pero no se refería al mundo del vino: desde el punto de vista de la crianza vivimos en un mundo donde la verdad es toda falsedad. Desde los productores y el marketing a los comunicadores y los consumidores hemos tendido un puente de falsedumbre que es beber a los grandes tintos demasiado jóvenes. Algo que es admisible de la mitad de la góndola para abajo. Pero la calidad de los grandes tintos argentinos es tal que afirmo que es bobo beberlos antes de 10 o 15 años. A mi edad eso significa descorchar a más de los 70 edad es decir, con cierta probabilidad de no descorchar nunca. Por ventura, comencé a guardar vinos hace más de quince años. Y no pienso dejar vinos añejos en herencia a mis hijos.
Todo cuanto antecede es perogrullada: los viejos poetas latinos, hace más de dos mil años, ya cantaron loas al vino añejo de ánfora (sin conocer las botellas de vidrio ni el corcho). Nihil novvm svb solem, ni siquiera nuestra sempiterna cortedad humana. Porque con los grandes tintos argentinos nos comportamos de un modo brutal, asesino. Es como si compráramos cachorros de perros o gatos de las razas más caras para sacrificarlos antes del año, apenas destetados. Cualquiera diría que quien hace eso con un perro o un gato está chiflado y debería ser denunciado. Pero lo mismo dígase de quien descorcha un gran tinto de apenas dos, tres o cuatro años: es un infanticidio. Esas botellas, en vez de zonceras como “vino argentino bebida nacional” en sus etiquetas deberían llevar escrito grande y al frente: “es prohibido descorchar este vino antes de los diez años de su edad”. Y los enófilos, si lo son de veras, deberían hacerse a tal fin un lugar en la cabeza, el bolsillo y la casa. Y acabar con este blablablá sobre cachorritos inmaduros sin decir nunca que sólo en diez, quince o veinte años donde se verán los pingos, en su perfecta madurez. El beber de gran tinto es añejo. Para lo otro están los tintos frutaditos jóvenes, los rosados y la mayoría de los blancos.
D.B.