CON UNA COPA DE MÁS: El vino y la corrupción
El telón abierto sobre la corrupción en el sector de la obra pública durante los años K lleva a preguntarse porqué la industria vitivinícola no es terreno fértil para el cohecho.
En la introducción a la edición 2017 de mi guía de vinos, reporté lo que me dijo Alberto Arizu (h) presidente de Wines of Argentina: “en esos años hubo mucha inmadurez e irresponsabilidad de los empresarios y si bien entre los productores hubo varios con simpatías hacia el anterior gobierno, a diferencia de otros sectores de la economía, la vitivinicultura nunca dependió del Estado para existir, nunca pidió prebendas (…) con ningún gobierno. Comparados con otros ámbitos de la economía, en la vitivinicultura somos todos carmelitas descalzas”. Creo que Arizu tiene razón en referencia al núcleo puro y duro del sector: en los márgenes, es decir entre los viticultores y productores de menor calidad (uvas de baja calidad, mosto) hay una dependencia del Estado nacional o provincial “para existir”. Hay un populismo vitivinícola todo cuyano que cree que los productores de uva y vino obsoletos o no rentables en vez de transformarse o desaparecer merecen subsistir tal cual, con sempiternas subvenciones. Hay todo un corpus de normas prebendarias en favor de un sector vitivinícola (del Este mendocino y San Juan) tradicionalmente vinculado al peronismo. Nuestra vitivinicultura comprende desde productores que se autoimponen normas de calidad en viñedo y bodega muy superiores a las que exige el Instituto Nacional de Vitivinicultura hasta otros que trabajan en el filo y bien podrían necesitar oblar, en la ocasión, una coima al inspector más allá de las tradicionales cajas de vino con que todo bodeguero bien nacido recompensa el gusto de una inspección del INV. Es seguro que con la AFIP, la Aduana, el Ministerio de Trabajo o la Secretaría de Comercio Interior en los años K más de un productor haya oblado un diezmo para evitar males mayores. Y habría que ver si aquellos que recibieron préstamos de fondos públicos no sufragaron algún retorno en privado. Pero no hubo un sistema de exacciones ilegales establecido. En los famosos cuadernos del chofer grafómano sólo aparecen, junto a algunos bolsos, unas cajas de vinos Lagarde lo que me apenó, porque es una bodega que aprecio por la calidad de sus producciones y a la empresa madre IMPSA la admiro por ser (que me corrijan si erro) la más avanzada de Mendoza y más allá.
El mayor escándalo de la vitivinicultura argentina, en términos de corrupción, fue el de Héctor Greco durante la dictadura militar: el bodeguero, dueño de la mitad de un mercado interno que consumía per capita casi cinco veces más vino que hoy, creó una Patria Viñatera y Trasladista que un día se derrumbó como castillo de naipes. En la larga agonía y quiebra del coloso estatal-cooperativo sanjuanino CAVIC también se engulleron muchos millones.
En términos de vidas humanas, lo más grave fue la muerte de 25 personas en 1993 por beber los vinos metilizados Soy Cuyano y Mansero de la bodega sanjuanina de Arnoldo Mario Torraga. En los 70, Enrique Queyrat escribió “el vino se podía hacer con azúcar, agua, glicerina, anilina, ácido tartárico y hasta con uva” y de camiones de azúcar tucumano que llegaban a las bodegas, donde alguno disminuía la acidez con agua de cal. Aún hoy ocasionalmente el INV clausura alguna bodega sin nombre por adicionar melaza o agua. Pero los estándares de calidad y control argentinos son de los más rigurosos en el planeta Vino.
Eso torna poco interesante el negocio a quienes tienen “kilovatios líquidos” para blanquear. Enterrarlos en viñedos no es negocio. Y la bodega, a diferencia del Hotesur, no se puede declarar llena cuando está vacía todo el año. Para blanquear una valija modelo Baratta de tamaño mediano jugando con “números” y “volúmenes” como se hace en el trasladismo hay que ser un gran Houdini. Y subfacturar exportaciones de vino es poco oleaginoso.
Al matrimonio Kirchner no se le conoció gusto por el vino pero sí al fiel y hoy reo testaferro Lázaro Báez con su famosa cava subterránea, bien que su cultura enológica sea dudosa. Otro reo hoy preso, Cristóbal López (que invirtió parte de nuestro dinero en olivicultura) anduvo por Mendoza estudiando comprar alguna bodega pero al final no hizo nada. El también hoy reo preso ex vicepresidente Amado Boudou fue un exponente de esa kakistocracia que gustaba bien del vino y lo va a extrañar por unos años, como otros hoy reos presos que no eran abstemios. Uno de ellos (que creo no está preso) según me contó un conocido sommelier que asesoró en la operación, compró por si mal no recuerdo doscientos mil dólares cash sin factura una gran colección de vinos y pasó a retirarla de noche con tres camionetas negras de vidrios polarizados presumiblemente oficiales.
“Ma queste sono piccolezze” como decía el recordado economista y canciller Guido Di Tella.
Más allá del Estado, diría que el lado más oscuro del sector vitivinícola argentino es la distribución pero, como tambíen podría haber dicho Di Tella, “il fatto non costituisce reato”.
D.B.
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