Con una copa de más: la marihuana en Argentina
Raúl Alfonsín, poco antes de abandonar el poder apurado por las circunstancias, hizo pasar por el Congreso una de las leyes más retrógradas e inexplicables de su gobierno, que punía con rigor inusitado toda forma de posesión y consumo de drogas. A pesar de cierta jurisprudencia, todavía sigue en vigor.
Que la Cannabis sativa es una planta tan medicinal y benéfica que muchos pueblos la consideraban sagrada se sabe desde hace tiempo pero todavía quedan tetrágonos mentales que se rehúsan a admitirlo, no digo experimentarlo. Es para celebrar que Canadá acabe de legalizar su consumo recreacional (el consumo medicinal ya estaba permitido). Por no hablar de los hermanos cisplatinos, que fueron a la vanguardia mundial en ello. California y otros de los Estados Unidos están en el mismo rumbo.
Probé mi primer pitada de porro a los 17 en la cumbre del cerro Wayna Picchu en 1973 porque me lo ofrecieron dos holandesitas que estaban allí y me arrepentí: me costó pánico bajar por la estrechísima huella rocosa húmeda con precipicio y sólo un cable para sujetarse. Tardé unos años en volver a probarla ya no como hierba sino como costo o haschisch, cuando vivía en España.
En el jardín-parque de casa, no todos los años, cultivo alguna planta por los cogollos de las hembras que puestos en infusión en alcohol son el mejor somnífero natural que existe: unas gotitas diluidas en agua y a dormir. No soporto fumar la marihuana pura y mucho menos si tiene semillas, que son asquerosas. Cuando fumaba hasch inventé mis Lieutenant Korzeniowsky (el verdadero nombre del navegante Joseph Conrad, otro fumador) liados con tabaco mentolado que me lo hacía pasar mejor.
Nunca la fumo antes de catar vinos: la única droga que admito compatible es la cafeína. Pero de vez en cuando cargo un poco de marihuana en mi pipa con tabaco Virginia, sobre todo para releer un texto importante antes de publicarlo. Así mi mente obtiene ecos y puntos de vista distintos a los de mi escritura y puedo desdecirme de estupideces y obviedades.
Junto a muchos otros (ver Vargas Llosa) creo que la depenalización del comercio, cultivo doméstico, tenencia y uso de la marihuana y otras substancias es la forma más eficaz de destruir al inmundo y corrupticio narcotráfico y proteger a los menores.
Mi hermana, que sucumbió a un cáncer hace dos años en Italia, tuvo su alivio en poder recibirla para fumar como medicina gratuita. Desde el año pasado tenemos una ley que permite el uso medicinal, votada durante el gobierno de nuestro primer presidente que admitió haberle echado una pitada a un porro, un Mauricio Clinton. Ahora falta la depenalización completa.
D.B.