El día que me dieron un terruñazo

 In Vinos

Durante largo tiempo fui muy escéptico respecto a quienes hablaban de terroir o terruño en Argentina. Si alguien se tomara el trabajo, repasando ediciones de las guías Austral Spectator se verá que más de una vez escribí lo que pensaba: que ni Mendoza ni ninguna otra región vitivinícola argentina salvo los Valles Calchaquíes contenía aquello que me parecía sustancial para la existencia de terruño: era un pedemonte todo igual, orientado del mismo modo, con un clima similar. Llegué a escribir que pensaba que incluso en Chile el concepto de terroir podía tener mayor sentido por la variada geografía de sus valles.

Pocas cosas me resultan intelectualmente más estimulantes que los hechos o los razonamientos me demuestren que estoy equivocado.

En una degustación a distancia de sus cuatro single vineyard Malbec Gaudeo (1.700 pesos la botella) el enólogo de Trivento Germán Di Cesare demolió con res, non cum verba, mis anteriores convicciones. Los volví a catar en soledad, como necesito para poder concentrarme en la copa. Aquí sigue lo que hallé en cada uno:

El primero fue Gaudeo Los Sauces 2018, de una finca en Tunuyán plantada en 2007: potente en aroma, todo volcado a las ciruelas y fruta negra; corpulento en boca, ancho y bien pautado por sus taninos presentes pero armónicos, de intenso sabor a ciruelas negras maduras, al punto en acidez, bien largo y de gustillo a mermelada de ciruela. Vinazo de hermosa complejidad estructural pero sin barroquismos, se hace beber sin dilemas.

El segundo fue Gaudeo Paraje Altamira 2017, de cepas plantadas en 2004: de lindo aroma algo sombrío, que a la fruta negra suma algo de tierra húmeda y una ligerísima sospecha de crianza. En el paladar discurre pleno y confortable gracias a sus taninos armónicos, bien cargado de sabor a ciruelas negras con algo de violetas, vibrante en su acidez, largo más que largo y de recuerdo algo achocolatado. Vinísimo vino, seductor y convincente, lleno de sí.

 

El tercero fue Gaudeo Finca Gualtallary 2017, de viñedo plantado en 2009: algo más replegado en aroma pero intrigante en su fruta que sugiere terrosidad. En boca es ágil bien que tiene su cuerpo, pero sus taninos son más afelpados, su sabor nuevamente mixtura fruta negra y tierra, con acidez calibrada, óptima persistencia y postgusto a pastafrola de ciruelas. Otro vinazo, de complejidad algo más elegante, comodísimo de beber.

Y el cuarto fue Gaudeo San Pablo 2017, de una finca en Tunuyán plantada en 2011: el más tímido en nariz, donde evoca fruta negra con sospecha de alguna crianza. Pero en boca respinga con su cuerpo redondo y ágil aunque con su peso, pulcro en sus taninos, locuaz en su sabor de fruta negra en mermelada con un trasfondo terroso que perdura en su gustillo, tras bien largo final. Lindísimo vino, de gran simpatía palatal.

 

Las cuatro fincas se encuentran separadas en altura por un desnivel de 410 metros y en latitud por unas pocas decenas de kilómetros y cada una tiene su propia característica edafológica.

Los cuatro tuvieron largas crianzas (de hasta 18 meses) pero en fudres de 5 mil litros de segundo o tercer uso, de modo que el roble aportó estructura y complejidad pero no los marcó con roblecismos. Todos son muy Malbec, pero cada uno con su carácter. Son producciones limitadas de 6,5 mil botellas  que se venden juntas (lo cual es muy interesante para aterruñar al paladar) o por separado donde si yo tuviera que elegir sólo una estaría en problemas, aunque creo me quedaría con el cuarto de Finca San Pablo.

DB.

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