Rutas Patagónicas
El segundo calendario que creé e hice para Pirelli, publicado en 1991, fue de “Cielos y Caminos de la Patagonia”, todo con fotos mías.
Quizá por haber sido antes marino mercante, cuando las descubrí me enamoré de las interminables y vacías rutas de la Patagonia. Sobre cuatro ruedas, es lo más parecido a navegar que hay en la tierra. Entonces el asfalto era poco más que la RN3 hasta Río Gallegos: Tierra del Fuego estaba casi toda sin pavimentar. La RN40 (que antes de los K tenía su kilómetro 0 en Mendoza, rumbo al sur y rumbo al norte) conocía al asfalto recién en las vecindades de Esquel. De las transversales, creo que sólo la RN25 era asfaltada.
Manejar sobre ripio tenía sus incordios: ir con rumbo oeste al caer el sol, hacer docenas de kilómetros con “serrucho”, adelantarse sobre todo a un pelotudo, cruzarse también con pelotudos, pinchar el tanque de nafta (lo que me ocurrió varias veces) y el tubito de líquido de frenos (crucé toda Tierra del Fuego hasta Ushuaia sin frenos) y pinchar neumáticos dos veces al día (viajaba con dos ruedas de auxilio). Pero también tenía su poesía: primero que nada, descubrir que cada tramo de ripio era distinto y algunos ya a 80 eran traicioneros, otros permitían ir a 100. Luego y sobre todo, salir de esas anchas curvas con el auto “como caballo de granadero”. Cuando después de mil, dos mil o tres mil kilómetros de ripio uno volvía al asfalto, bostezaba y se aburría mortalmente.
Y qué decir de los cielos patagónicos. Todos los cielos del planeta son hermosos, pero los de la Patagonia tienen una poesía particular. Había veces que paraba, solo, en medio de la inmensa nada, a tomar una foto y me daba por aullar, gritar de felicidad.