¿VINO ALGUIEN? EL MALBEC INVISIBLE

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Un Malbec incoloro

Una copa de agua, otra de vino

En una de las góndolas donde suelo comprar vino encontré esta botella de un Malbec Trivento totalmente transparente, a 1.900 pesos. La idea de gastar 4 dólares en comprar vino tinto del color del agua me producía instintivo rechazo, pero más pudo la intriga. Es decir, fui víctima de mi curiosidad. Porque lo que compré difícilmente se pueda llamar vino, aunque la etiqueta rece White Malbec Reserve 2022: tiene apenas 10,5º de alcohol. Y no se comprende qué significa Reserve…

Hasta donde sé, el modo (admitido por el Instituto Nacional de Vitivinicultura) de decolorar un vino es con carbón activado, pero ni la etiqueta ni la retroetiqueta dicen nada de ello. Ni tampoco el QR que no agrega mucho más sobre esta botella, salvo recomendarla para hacer cocktails.

Incoloro, es casi inodoro o no mucho más odoro que un vaso de agua con unas gotas de limón. Y en boca, si bien no es insípido como el agua, hace un esfuerzo por lograrlo. Sin taninos y con poquísimo alcohol, carece de estructura y su único tañido palatal es la acidez, con un sabor a nada verde y una ligerísima sensación de aguja carbónica; parece hecho con uvas cosechadas antes del envero. Una especie de limo-nada. Sólo para irritarme, lleva en la retroetiqueta el sello Vegan que significaría que se tomaron el esfuerzo de decolorar al tinto con carbón activado vegetal y no, como sería más eficiente, con carbón activado de origen animal.

Beberlo no produce ningún placer de ningún tipo, salvo quizá el refresco propio de una limonada que, bien hecha, es más sápida que esto. Yo no lo usaría para cocinar porque no tiene nada que aportar a un plato, es decir es inferior a vinos de cartón que cuestan la cuarta parte.

Tampoco lo usaría para hacer cocktails porque no empleo vino para eso y mi única, esporádica práctica en la materia es de cuatro o cinco clásicos que no precisan vino, sino a lo sumo vermouth. Además que usar para un cocktail un vino que no es vino es un contrasentido. Temo que esa botella quedará olvidada en mi heladera largo tiempo.

Curiosamente, a esta cosa incolora, seminodora y cuasi insípida hasta hace poco tiempo no se la habría podido llamar “vino”, porque el I.N.V. determina cada año el grado alcohólico mínimo obligatorio para los vinos de todo tipo. Pero hace un par de años eliminaron esta norma para los vinos varietales: un vino de mezcla o corte no puede tener menos de 12,5º o 13º pero un Malbec si. Aparentemente lo hicieron para permitir cosas como ésta. Hechas para salvar al vino de su progresiva desaparición en el mercado, sobre todo de jóvenes. Con las debidas distancias, esto me recuerda aquella famosa frase de un general estadounidense en la guerra de Vietnam, a propósito de un poblado vietnamita: “tuvimos que destruirlo, para salvarlo”. Así están, destruyendo al vino para salvarlo.

Para incremento de mi risueño malhumor el mismo día en La Nación apareció un “content lab” (espacio pago) del club Bonvivir (que es del mismo diario, hasta donde se) con un título absurdo en Argentina: “Grandes vinos con sabor a montaña”. Una falacia tras otra: “Con 90% de los vinos elaborados en valles ubicados a los pies de la Cordillera de los Andes, en Argentina se impone el carácter de montaña en la copa de los tintos”. A la pelotita. Ahora el pedemonte se llama valle y es lo mismo que montaña. Por supuesto el artículo valledeuca, porque es el verbo de moda. Y la colma: “Las y los winemakers de Argentina están cada vez más convencidos de que desafiar a la altura de las montañas es el pasaporte para encontrar regiones donde lograr frescura, complejidad, elegancia y potencial de envejecimiento…”. Más allá del “las y los” y del dequeísmo, la verdad es que si el lector viera esos lugares jamás pensaría estar en la montaña, que se ve alta y a lo lejos, sino en una ladera o pedemonte levemente inclinado, con viñedos que se cosechan a máquina, algo que no suele ser posible en esas aterrazadas montañas vitíferas que no existen en Argentina. Pero todo vale para valledeucar al consumidor, en vez de educarlo. Y seguir con el bombo del terroir, que hace rato colmó su medida con filos, minerales, tiza y fruta fresca. Apuesto que en una década la moda será volver de las alturas a las tierras bajas, buscando lo contrario.

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