12. La Argentina y el mapita Rivadavia
Argentina es un país cartográficamente enfermo. La enfermaron los militares: el Ejército a través del Instituto Geográfico Militar y la Armada con el Servicio Hidrográfico Nacional. Todo comenzó con el decreto 2.191 de 1957, que creó el Territorio Nacional de Tierra del Fuego, Antártida e islas del Atlántico Sur y de un cómodo plumazo en un despacho porteño determinó que la superficie del país ya no era de 2,7 millones de kilómetros cuadrados sino 4,4 porque hasta ese augusto día los argentinos, boludos que somos, nos habíamos olvidado de computar Malvinas, Georgias, Orcadas, Sandwich y la porción aspiracional de pizza antártica entre los meridianos 25º y 74º oeste y el borde de la pizzera, en 60º sur. Fue la “Revolución Libertadora” que depuso a Perón la que obligó a introducir en todo mapa de la Argentina un recuadro con el Sector Antártico.
No importa que nuestra porción antártica se solape con las chilena y británica, ni que el Tratado Antártico que firmamos no reconozca ninguna posesión antártica, ni que dentro de nuestra tajada haya bases civiles y militares de varios países que se mofan de las reivindicaciones territoriales nuestras o ajenas, ni que la Argentina ejerza soberanía apenas sobre sus propias bases, ni que la Antártida se esté derritiendo. Lo importante es la reivindicación simbólica, en el papel. Es la forma de actuar de la peor clase de militar: el general de escritorio, deformado por una vida de encierro cuartelero. Esta mentalidad se fue imponiendo en el último medio siglo de la cartografía argentina: en algún momento entre los años 60 y 70 no alcanzó con que los mapitas Rivadavia impresos en el país llevaran el Sector Antártico y dijeran Islas Malvinas con Puerto Stanley como capital. Además todo mapamundi, enciclopedia o publicación impresa en otro país que quisiera entrar a la Argentina para ser comercializada tenía que decir lo mismo: ya no bastaba con que rezara Falkland Islands (claimed by Argentina). La norma sólo sirvió para fastidiar la difusión de buenas obras cartográficas y enciclopédicas de ultramar. Ningún editor extranjero hizo ediciones especiales para satisfacer la estrafalaria demanda cartográfica argentina. Por otra parte la norma sólo molesta a los libros (que entran por la Aduana) pero deja entrar libremente diarios y revistas, incluso inglesas, que ni para pescados de abril (su día de inocentes) imprimirían un mapa al gusto burocrático militar argentino. Esta cosa de controlar todo sin controlar un comino, jodiendo al infeliz al que se puede atrapar con un trámite burocrático y fingiendo que lo demás no existe: bien de militar de escritorio. A mediados de los 70 la enfermedad cartográfica se agravó: después del tratado de límites en el Río de la Plata con el Uruguay se tornó obligatorio afear a todo mapa argentino con una espantosa cruz que debe llevar la ridículas leyendas: “Límite del lecho y subsuelo – Límite lateral marítimo Argentino-Uruguayo – Límite exterior del Río de la Plata”. Ni siquiera con la R.O.U. nos ponemos cartográficamente de acuerdo para tener límites silenciosos y en cada mapa debe decir que isla Martín García es Arg. Y lo mismo con una islita Apipé del Paraná frente al Paraguay. La Argentina sufre de neurosis histérica fronteriza: esa cosa loca de plantar bandera y Gendarmería en fronteras perdidas y después olvidarlas sin medios de patrullaje, personal, presupuesto, combustible, nada más que la escopeta y la trompeta.
Pero la enfermedad cartográfica argentina se siguió agravando: los militares invadieron las Malvinas y rebautizaron a Puerto Stanley como Puerto Argentino, con lo que la entera cartografía nacional tuvo que ser actualizada obligatoriamente. Tras la guerra, Puerto Argentino no existía más que para la crónica y la historia y Puerto Stanley volvió a serlo más que nunca, pero en la cartografía argentina el proceso fue inverso. Uno creería que con democracia y gobierno radical estas payasadas cartográficas militares se terminaban y entre las libertades y modernidades recuperadas estaba también la del ciudadano de imprimir mapas de su país sin el imprimátur oficial del I.G.M., pero minga. Al fin y al cabo Doctor Alfonsín era egresado del colegio militar de la misma promoción que algunos capitostes de la última dictadura militar. En su presidencia Doctor Alfonsín tuvo momentos de profundo desapego a la realidad tanto en el frente militar como económico. Pero su irrealismo mayor fue querer mudar la Capital Federal a Viedma-Patagones. Cartográficamente, Doctor Alfonsín resultó igual de autoritario y pretencioso que los militares: en 1987 obligó a que todos los mapas aprobados por el I.G.M. llevaran un área coloreada con la dicitura “Territorio de la Capital Federal Ley 23.512”. Pero mientras que las normas cartográficas militares se conservan a través del tiempo, la norma cartográfica radical cayó con su gobierno: Doctor Menem trasladó de facto la capital a Anillaco y nunca más se habló de esa ley votada por el Congreso. Pero con Doctor Menem se avanzó otro paso hacia el ridículo cartográfico obligatorio: Territorio Nacional de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur sonaba ampuloso pero más creíble que Provincia de la misma cosa. Los gobernantes y legisladores peronistas del momento no se percataron del gesto colectivo de manía delirante que supone provincializar el Polo Sur hasta el centímetro donde convergen los meridianos 25º y 74º oeste junto a los otros 358 meridianos del orbe. Nadie en el mundo empezando por el contiguo Chile (que tiene reclamos similares y mapas opuestos, por lo que no podemos intercambiarlos libremente) cree por un instante que Ushuaia sea la capital de una provincia que culmina en el Polo Sur.
Uno pensaría que con una mujer ejerciendo la presidencia esas pajas mentales de hacerse los machos en el papel cartografiado pasarían al olvido y el mapa de la Argentina podría al fin liberarse de todo ese pesado maquillaje militar, pero no. Bien al contrario, se llevó el delirio militar de 1957 al paroxismo delirante civil de 2011: según las normas del flamante Instituto Geográfico Nacional (no más militar, Doctora Fernández de Kirchner me fecit) el nuevo mapita Rivadavia ya no muestra nuestra pretensión antártica en escala más pequeña que la Argentina. Con CFK se tornó obligatorio cartografiar el “sector” antártico a la misma escala que el país real. La masturbanda norma es risible ya que los mapas que ve y usa la gente están en diarios, revistas e Internet sobre los que ni Aduana ni I.G.N. tienen poder de policía y así el único efecto real es joderle la vida a los exportadores e importadores de libros que tengan la desgracia de contener mapas con fronteras argentinas. Libros contaminados con aberraciones cartográficas antiargentinas no entran ni salen del país sin inspección y aprobación o corrección del I.G.N. La República impotente en las fronteras se ensaña al modo inquisitorial desde avenida Cabildo 381 de Buenos Aires con los libros y los mapas, como si ahí estuviera la batalla real. En el mapita Rivadavia de los escolares.
Hace dos décadas empecé a inventar y dibujar nuevos mapas de Argentina: cuando se me ocurrió la idea de la “Argentina Cielo” para la tapa de la Guía Pirelli, saltó el primer problema: si eso era un mapa de Argentina, debía incluir nuestra porción de pizza antártica. Ponerla en la tapa al modo mapita Rivadavia arruinaba la idea gráfica, al igual que la idea de la Argentina al revés, en la contratapa. Entonces se me ocurrió redoblar la apuesta al I.G.M. y ubicar la pizza antártica en las solapas y además a escala real, algo que nadie había hecho hasta entonces. Lo aprobaron y así fue la tapa de la Guía Pirelli de Argentina en sus tres ediciones: los primeros mapas de nuestro país con la Antártida a la misma escala. En la edición 1995 fui un poco más allá y en la página 15 (sabiendo que tendría que pasar ese trámite de todos modos) desafié al I.G.M. a que me aprobaran un mapa político de Argentina en proyección sur, con el polo Sur arriba y La Quiaca abajo, todos los nombres dados vuelta y además una Italia a la misma latitud y tamaño, flotando en el Atlántico. Todo con tal de no volver al consabido mapita Rivadavia.
En las guías de vinos Austral Spectator, la idea del racimo de uvas sudamericano fue de Antonio Terni de manera que también es suya la del racimo de uvas argentino, que para ser aprobado por el I.G.M. tuvo que introducir dos uvitas para simbolizar las irredentas Malvinas. La fiebre cartográfica argentina avanzó ulteriormente tras la conversión civil a I.G.N.: en la edición 2010 me obligaron a poner tres uvitas más en la tapa, para simbolizar nuestro congelado pene antártico.
Cartográficamente hablando, en Argentina la libertad de expresión y de prensa es limitada: el ciudadano puede imprimir un mapa de la República sin Antártida ni límites de lecho, subsuelo, lateral marítimo y exterior del Plata, ni Martín García (Arg.) ni Apipé (Arg.). Pero ese mapa no podrá entrar ni salir del país comercialmente, a través de una Aduana. Así fue con mi Guía de Pescados y Mariscos de Argentina donde quise mostrar en torno a Malvinas el sector donde los británicos nos prohíben pescar desde hace cuarenta años: ni me molesté en enviarlo al I.G.N.
Así, no sería descabellado que de un modo puramente masturbatorio sobre la superficie cartográfica, un día la Provincia de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur (como imagino en mi novela Peronium) obligara a los cartógrafos argentinos a llamar Polo Perón al antiguo Polo Sur.
Otrs particularidad de la cartografía argentina que nunca terminé de entender es la orientación oeste que tienen en general los planos de CABA o la Capital, como se decía en otro momento. Curiosamente el norte está a la derecha del plano y no arriba como es costumbre.
Ah si, eso en todos los mapas menos los míos! pero no me explico el porqué. Es proyección “Plata arriba” con lo cual la Banda Oriental pasa a ser Banda Septentrional…y República Norteña del Uruguay…