¡COMO CAMBIARON LOS VINOS ARGENTINOS!
Estoy terminando mi campaña de cata 2019 y este año, impresionado de cuánto evolucionaron los vinos argentinos a lo largo de los 13 años que llevo catando a ciegas.
Enhorabuena, porque entre tantas pálidas que conciernen al sector mi impresión solitaria y personal pero empírica es que la calidad del vino argentino está pum para arriba. Todos los vinos.
Los espumantes: no probé ni uno solo que no me gustara, e incluso los dulzones me parecieron muy bien hechos. No encontré uno solo con flavores oxidativos como podía suceder antaño.
Los blancos: cambiaron hasta en el color. Los Chardonnay dorados bien cargados ya casi no existen, son todos amarillo verdoso claro. Y cada vez menos los que enuncian una buena crianza en roble, lo que me provoca cierta nostalgia porque (sin exagerar) a mí el Chard con roble francés me encanta.
Otra cosa que me sorprende de los blancos en general (Chardonnay, Torrontés y Sauvignon) es la marcada textura untuosa que tienen: ya en la primera edición 2004 la descripción “untuoso” aparece en los blancos pero no con la frecuencia que hallo hoy. Ignoro a qué se debe y agradecería si algún enólogo me lo explica. Incluso en varios rosados hallé esa placentera untuosidad. Hablando de rosados, pican cada vez más alto y algunos ya sorprenden con su complejidad bien más allá de las frutillas y cerezas.
También me sorprende el color de los tintos de todas las variedades, que tienen una carga de rojizo en su tinta azulvioláceo que antes no era tan marcada: ¿mayor acidez por cosecha más temprana? ¿menor sobreextracción?
Demás decir que la madera de roble está cada año mejor manejada y ¡albricias! es cada vez más posible identificar a ciegas las variedades tintas, otrora ecualizadas por el barricazo, la sobreextracción y la cosecha ultramadura.
En los tintos también me llama la atención que siempre con mayor frecuencia aparecen registros terrosos, término que prefiero a “mineral”.
Ya casi no hay vinos con acidez desprendida ni tampoco chatos por su ausencia. No hay, en el medio millar de botellas que caté, vinos cortos o muy flojos y si bien hubo algunos tintos tánicos, ninguno secante de taninos verdes irreparables.
Otro misterio es que afortunadamente desapareció ese geraniol que hace unos años fue como una epidemia entre los tintos. Y hablando de desapariciones, no encontré (por segundo o tercer año consecutivo) ninguna botella con problemas de corcho (TCA) o Brettanomyces.
Cualitativamente al menos, marchamos hacia el mejor de los mundos.
D.B.