Del culto al culto del vino

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El sábado pasado 3 de marzo, en La Nación, el periodista y editor de opinión del diario Héctor Guyot publicó un artículo que cayó atravesado en el mundo del vino, por lo que se puede ver en Facebook donde Karim Mussi Saffie le contestó.

 

Mi impresión es que la nota de Guyot es el típico fruto del periodista en “mal de copia” que debe escribir su columna sin tener un gran tema y se metió a tocar de oído. Comienza afirmando que “todos necesitamos creer en algo” lo cual ya es falso: yo personalmente no creo en nada más que en la duda sistemática, soy agnóstico en materia religiosa y más bien empírico en todo lo demás. Las afirmaciones de que Nietzsche y Freud socavaron las religiones habría que contrastarlas con el alarmante crecimiento de los evangelistas y suponer que la teoría newtoniana de la gravitación era “comprensible para el hombre de a pie” me parece un poco arriesgado.

Dice luego Guyot que “el culto al vino existe desde tiempos remotos, pero posiblemente nunca se haya extendido tanto como en nuestros días”. Es que hasta poco más de un siglo, cuando se establecieron redes de agua potable, beber vino era más seguro que beber agua: el vino podía embriagar pero el agua contaminada podía matar. Por eso los ejércitos llevaban vino en gran cantidad. No sé si “el culto” se extendió: lo que no cabe duda es que desde hace dos o tres décadas la calidad y cantidad de vinos que se elaboran en todo el mundo creció tanto que se puede decir que para los amantes del vino nunca hubo una época mejor para vivir. Es tal la proliferación de etiquetas que el rol del crítico vale no sólo para orientar al consumidor sino también, como en el caso de la crítica de arte, para iluminar aspectos del vino que pueden no ser evidentes para un consumidor genérico: así como un buen crítico musical ayuda a entender una pieza o un crítico pictórico una pintura.

Del “sacralizar la simple ingesta de un vaso de vino” y de los “sacerdotes del culto” no opino: son categorías que desprecio y combato activamente desde que comencé a escribir sobre vinos hace tres lustros. Todo esnobismo y consumismo me resultan rechazantes y donde Guyot dice “Hoy los sommeliers, al igual que los chefs, son idolatrados como estrellas de rock” exagera y se equivoca, quizá debería haber dicho “algunos enólogos” en vez de sommeliers: también publiqué alguna nota contra esa insensatez. “Los que saben sumar devotos y fundan iglesia llevan vidas glamorosas y sofisticadas”: aquí no sé de quién habla Guyot, no conozco a nadie en el mundo del vino argentino o de su crítica que viva así. Y delira “son dueños de las llaves del reino y detentan un secreto envuelto en el más inaccesible de los misterios: gracias a su don, a la gracia recibida o conquistada, pueden explicarte con razones que un profano jamás entendería la distancia que media entre una botella de 100 pesos y otra que vale 10.000 dólares. Describirán esa distancia con un lenguaje entre sensorial y poético que alcanza extremos de inspirada abstracción. Son profetas en trance relatando el nirvana”. Yo no sé en qué mundo vive Guyot: como no tengo ni miro nunca televisión, quizá se refiera a alguna gansada televisada que desconozco. Pero su afirmación es sustancialmente falsa porque como cualquier estudioso de cosas del vino sabe, en una cata a ciegas no es imposible que una botella de 4 dólares supere a una botella mil veces más cara y eso se puede explicar en forma muy llana. Por otra parte, Guyot parece ignorar que el lenguaje descriptivo del vino que usan por ejemplo los Masters Of Wine es uno de los lenguajes más estrictos y precisos que existen, de poético no tiene nada. También soslaya que el vino puede ser un producto Veblen (ver Wikipedia) pero ello no es culpa del vino sino de los mentecatos que compran productos Veblen.

Todo enófilo sensato sabe que no se puede tomar super vinos todos los días: hay vinos cotidianos, de domingo y para días especiales de la vida. Y todo amante del vino tiene bien presente la relación calidad-precio por más que en nuestro mercado la inflación la dificulte mucho. En los países donde no hay inflación nadie paga precios exorbitantes por una botella, salvo millonarios rusos o chinos.

Y concluye Guyot “el culto al vino se ha convertido en una industria muy rentable”: le sería muy grato si me informara dónde está oculta esa alta rentabilidad de la que no tengo noticia. “A los no iniciados, nos queda la posibilidad de servirnos una copa de un tinto digno y beberlo en soledad o en buena compañía, preferentemente al final de la jornada, con los cordones de los zapatos flojos y abandonados a las asociaciones libres que su aroma acaso despierte en nosotros”. Me reconforta que Guyot (que está en mi mail, por lo tanto recibe mi newsletter desde hace 19 semanas) retome mi idea de las asociaciones libres que me inspiran los mejores vinos de mi catar a ciegas y que son tan similares a las suyas.

 

D.B.

 

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