Erecciones dominicales

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Las describo así porque nunca en mi vida me sentí más fláccido, casi impotente. Y no porque ignore lo que está en juego, quizá también a causa de ello.

Hace 40 años, cuando me trajo un barco de carga suizo, tuve ocasión de votar por primera vez en Argentina. Pero disgustado por la obligatoriedad del voto (¡pasaba de prohibido a obligatorio!) me fui a Brasil para no votar. Y publiqué en la revista El Porteño un recuadrito que fue mi primer artículo en prensa argentina, titulado “No me obligues a votar” y firmado. Primavera de 1983.

Pasé varias elecciones sin votar hasta que, unos años después, fui por primera vez a Tribunales a justificar mi no-voto, supuestamente para hacer un trámite. Había una fila y una jueza que casi sin levantar los ojos de sus papeles preguntaba a cada uno “¿usted porqué no votó?” Y las respuestas eran una de dos: porque estaba enfermo o a más de 500 km del domicilio. “¿Trajo certificado?” Preguntaba la jueza, sello, firma y al siguiente. Cuando me tocó a mí, le enuncié mi preparado discursito: “Señora Jueza, yo no voto porque estoy en contra del voto obligatorio, creo que debe ser un derecho y no un deber, haga usted conmigo lo que corresponda pero nunca voté ni votaré mientras sea obligatorio”. Mientras lo decía, la jueza levantó los ojos y me miró y dijo: “Lo felicito, ojalá hubiera muchos ciudadanos como usted” y me selló y firmó el documento sin más. Desde ese día, empecé a votar. Creo que a mediados de los ’90.

Siempre acabé arrepintiéndome de lo que voté. Como también voto en Italia, donde puedo elegir el candidato que más me gusta de una lista, las listas sábana argentinas me producen un asco personal y tanto más cuando en 40 años “la casta” no hizo nada por abolirlas. Mi rechazo contra “la casta” supera con mucho al de Milei: yo propugno la Demarquía (ver grupo en Facebook) es decir una reforma constitucional que suprima a los partidos políticos, las campañas políticas, los políticos profesionales y las elecciones y, como era en la antigua Grecia y es en algunos parlamentos del mundo, los representantes se elijan por sorteo de la Lotería Nacional, no por elecciones. Como ya lo explicaba Aristóteles hace dos mil trescientos años, con el sorteo en vez de la elección se acaban la demagogia, el populismo, las trenzas y roscas, la corrupción, la “oligarquía”.

Cuando “la casta” (incluído el recontracastudo Milei) comenzó a fastidiarme con sus campañas hace meses reaccioné con posteos pro Demarquía y un tik tok que hasta hoy es mi récord de visualizaciones.

En las Primarias Absurdas Sucias Oprobiosas de agosto iba con mi papel A4 escrito DEMARQUÍA para anular mi voto pero cuando llegué al lugar había una tal fila de espera que lo consideré un agravio a mis derechos cívicos y me fui sin votar. Los ausentes fuimos la primera mayoría de las PASO así que más respeto por los que no votamos.

Este domingo no sé si tendré erección o seguiré fláccido, impotente u omnipotente a mi manera. Ninguno de los tres candidatos y dos candidatas me excita y dos me producen repugnancia. Me gustaría anular mi voto con DEMARQUÍA pero una voz interna me dice que eso puede esperar, el domingo sería un gesto que no serviría más que para una satisfacción secreta y solitaria, del todo individual, invisible.

Capaz que, erección por erección y para mantenerme heterosexual, corto boleta y voto a una candidata a presidente de derecha con chances y a todos los candidatos a diputados y senadores de la otra de izquierda que no quisiera de presidente, pero son los únicos que (porno-boleta sábana mediante) estoy 99% seguro que no le votarían ninguna ley al candidato que me resulta más peligroso, mentiroso y vomitivo. El antisocialista que cierra su campaña flameando una bandera israelí en esos suburbios bonaerenses que tanto se parecen a Gaza.

Y eso si no hay mucha fila, porque “la casta” no tiene ningún derecho a hacerme esperar horas de pie a mí, su Soberano. El deber cívico de facilitarme las cosas al máximo lo tienen ellos. No fui convocado a presidente de mesa y no fiscalizaría votos por ninguno. Iré temprano pero no a perder el tiempo.

Un día lejano habrá un simple sorteo de la Lotería Nacional, sin gasto de desiertos de tiempo ni montañas de dinero sucio o estatal en aburridas campañas y carísimas elecciones. Los ciudadanos sorteados para diputados y senadores (por una sola vez) serán un muestrario fiel del pueblo argentino. De entre ellos elegirán a un primer ministro o presidente. Y se acabará la mugrienta política profesional y partidaria y todo su inmundo sotobosque, para comenzar con una salvadora política ciudadana al estado puro. Eso sí que sería excitante.

(las fotos que ilustran esta nota son de kleroteria, las máquinas para sortear representantes que se empleaban con fichas en la antigua Atenas)

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