Vino y filosofía

 In El desván, Textos y pretextos

Esta nota, publicada en la edición 2009, no perdió actualidad y resultará una larga lectura interesante para quienes pensar el vino más allá del vino. Como dice uno de los autores citados, para un amante del vino es difícil imaginar una época de la historia en la que hubiera sido mejor vivir que en la actualidad.

 

Hay dos interesantes libros resultado de sendos simposios de filósofos y otros estudiosos acerca del vino: Wine & Philosophy: in vino veritas, A Symposium on Thinking and Drinking, editado por Fritz Allhoff (Blackwell Publishing, 2008, Padstown, Cornwall) con una veintena de ensayos de diversos autores, y Questions of Taste: The Philosophy of Wine, editado por Barry C. Smith (Oxford University Press, 2007, New York) con una decena de ensayos de varios autores. En traducción mía, paso revista a los fragmentos que me resultaron más interesantes.

En Wine & Philosophy, en un ensayo titulado Mmmmnot Aha! Imaginative vs. Analytical Experiences of Wines (Mmmm…no Ajá! Experiencias de Vinos Imaginativas versus Analíticas), el enófilo y filósofo de la cognición John Dilworth plantea que el approach analítico o cuasi-científico que practican los especialistas es “seriamente defectuoso” y debería ser complementado por “experiencias vínicas imaginativas”. Si bien Dilworth niega que el vino sea una forma de arte y que los vinos puedan ser obras de arte: “con el vino como con la música, lo que constituye el significado experiencial no son las cualidades sensoriales en sí mismas sino más bien lo que ellas representan () beber un vino no es como experimentar una obra de arte previamente llevada a conclusión, sino una actividad exploratoria y espontánea en la cual usted mismo es el artista o creador de lo que usted experimenta.” Dilworth parece ignorar que existen “estándares de calidad independientes de los gustos individuales” y nunca vió una cata a ciegas: “si el vino fuera como una obra de arte, se esperaría que una total concentración sería el estándar de las experiencias de vino”.

En Talk about Wine? (¿Hablar sobre Vino?) el profesor de filosofía del lenguaje y el conocimiento además de enófilo Kent Bach dice “prefiero con mucho beber vino que escribir sobre él” y que los “grandes vinos hablan por sí mismos” y el “lenguaje del vino” no es necesario para apreciarlo. “Traten de leer una descripción de un buen vino que están por probar. Lean todas las descripciones que quieran. Luego prueben el vino. ¿Acaso esas descripciones realmente capturan lo que es el vino y transmiten lo que a usted y a los wine writersles gustó? Lo dudo. () Es dudoso que las palabras, incluso cuando son empleadas por degustadores sensibles, entrenados y experimentados, puedan realmente hacer justicia a los vinos realmente grandes. Las palabras pueden ser útiles para puntualizar particulares elementos aromáticos y de sabor, pero no parecen adecuadas para la tarea de capturar lo distintivo en un vino distintivo y mucho menos lo que hace grande a un gran vino”. Me gustaría preguntarle a Bach: ¿cómo trabajan los enólogos cuando hacen los cortes de un vino? ¿usan lenguaje, señas o telepatía?

En Winespeak or Critical Communication? Why People Talk About Wine (¿Enoparla o Comunicación Crítica? Porqué la Gente Habla Sobre Vinos) de Keith (epistemólogo) y Adrienne Lehrer (lingüista), basándose en experimentos de Adrienne, sostienen que “los sujetos, mayormente no expertos, describen a los vinos en palabras que son incompatibles intersubjetivamente. Donde algunos sujetos describen a un vino como flaco y ácido, otros pueden describirlo como frutado, bien balanceado y de cuerpo medio”. Los Lehrer se preguntan acerca de la utilidad de un “discurso vínico (que) no tiene la clase de eficacia y precisión descriptiva que permita a otra persona identificar el objeto descripto”. Sus resultados empíricos, en los que a los sujetos testeados se les pide identificar a una serie de vinos en base a sus descripciones, indican que los no expertos no logran más que lo que obtendrían por el azar, y que los expertos resultan algo mejor pero “sólo en los vinos en los cuales fueron entrenados”. Esta experiencia contrasta con la del ingeniero agrónomo, enólogo y catador veterano de esta publicación Adrián Vilaplana en los cursos que dicta en la Escuela Argentina de Vinos y en Argentinewines, ya que sus alumnos (tanto más cuanto más expertos) son capaces de identificar a un vino a partir de la descripción de otro alumno. Y ni hablar de los Masters of Wine, capaces de identificar cualquier cosecha de cualquier vino del planeta.

Concluyen: “La investigación reciente muestra que algunos expertos coinciden en su uso de descriptores específicos del vino. Hay especialmente un gran consenso en detectar e identificar defectos. Parece apropiado en este caso delegar la autoridad () en los expertos () Esta delegación de autoridad en los expertos, les confiere el rol de enseñar e informar a otros sobre el uso de las palabras empleadas en la comunicación crítica. Ello a su vez conforma el significado de la palabra en idiologías (o modo de hablar individual, n.d.a.) de los individuos, en tanto su atención es dirigida hacia aspectos de los vinos por el discurso crítico de los expertos”.

En What the Wine Critic Tells Us (Lo Que el Crítico de Vinos Nos Dice), John W. Bender (filósofo de la estética y wine writer) afirma “Mi posición es que un buen degustador de vinos es quien percibe, diferencia y atiende a la completa serie de propiedades que un vino ejemplifica y basa su descripción estética en esas percepciones, elaborando una evaluación final del vino basada en esas descripciones e interpretaciones. Esto es un procedimiento analítico y no una simple reacción de placer () las descripciones de vinos se basan en hechos físicos y perceptivos que las convierten en objetivas pero también falibles, como la mayoría de los juicios”. Bender defiende el valor de la metáfora en la descripción de los vinos: “cuando las metáforas estéticas se basan en los hechos vínicos descriptivos, pueden ser poderosas, coloridas y elegantes maneras de llegar a un punto y pueden ser verdaderas a propósito del vino. () La crítica de arte en general tiene como una de sus funciones llevarlo a usted a ver u oir lo que no percibía antes”.

En la discusión entre objetividad y subjetividad, Bender menciona la molécula de feniltiurea (compuesto que está en el vino) que es muy amarga para 2/3 de los humanos e insípido para el resto*. Y también menciona a los “superdegustadores” cuyos paladares contienen un 25% más de receptores que lo normal. En su conclusión, la experiencia de la degustación de vinos es objetiva y subjetiva: “la más interesante forma de subjetividad en la apreciación del vino se basa en nuestras propias diferencias objetivas”.

Jamie Goode, biólogo, editor y wine writer, en Experiencing Wine Why Critics Mess Up (Some of the Time)(Experimentando Vino –Porqué los Críticos Hacen Lío (A Veces), comienza diciendo “no puedo imaginar muchos otros campos de la actividad humana donde se practique hasta tal punto un activo compartir de experiencias sensoriales privadas de las personas”. Tras destacar cómo el “über-critic” Robert Parker cambió el consumo global de vinos, Goode resume los  procesos sensoriales del aroma y el sabor en el cerebro, donde “la amígdala responde a la intensidad mientras que el cortex orbitofrontal es la región que decide si el aroma es bueno o malo”. Dice que si Parker le da 94 puntos a un vino, los enófilos confunden este resultado con una propiedad del vino (“es un vino de 94 puntos”) cuando en rigor es el resultado de la interacción entre Parker y el vino: “lo que él está puntuando es su experiencia perceptiva, que depende en parte de él y sólo en parte de las propiedades del vino mismo”.

Revisa luego el trabajo del psicólogo cognitivo Frédéric Brochet, quien sostiene que la práctica y enseñanza de la degustación descansan sobre una frágil base teórica. Según Brochet, degustar es representar y cuando el cerebro realiza tareas cognitivas, manipula representaciones. Los sujetos perciben aquello que pre-percibieron y tienen dificultades para evitarlo. En palabras simples, los críticos de vinos (al menos aquellos que, como Parker, no catan a ciegas) no juzgan ni describen cualidades intrínsecas del vino sino que asimilan esas cualidades a un saber preexistente.

Goode menciona un trabajo del Departamento de Lenguas Modernas de la Universidad de Castilla-La Mancha, Translating the Senses: Figurative Language in Wine Discourse, basado en la comparación de 12 mil notas de cata para estudiar el uso de las metáforas: los descriptores aromáticos funcionan bien con el olfato, pero las sensaciones táctiles y la estructura del vino casi siempre requieren el uso de un lenguaje figurado que personifica al vino con metáforas: generoso, voluptuoso, sexy, tímido, agresivo, etc.; “al punto que es casi imposible concebir al vino sin personificarlo () Así tenemos al vino como una criatura viviente, como un trozo de tela, como un edificio e incluso, en una reciente nota de Robert Parker, como una puta. Es fácil tomar en broma esta clase de descripciones, pero estas metáforas nacen de la necesidad. Si bien nos gustaría disponer de una manera más exacta de compartir en palabras nuestra experiencia con el vino, esa precisión no existe y aquellos que se limitan a nombrar aromas y sabores terminan dejando de lado algunos de los más importantes aspectos del carácter de los vinos que no pueden descrtibirse de tal modo, como la textura, la estructura, el equilibrio y elegancia”.

Coincide con Brochet en que “nuestras representaciones mentales sobre el vino son prototípicas: al degustar decidimos a partir de nuestra experiencia qué clase de vino estamos degustando, y luego esto nos ayuda a encontrar nuestros descriptores”.

Sin embargo, “escribir notas de cata y comunicar acerca del vino es todavía una labor útil () al comprender mejor la biología de la percepción () nos volvemos más realistas acerca del grado de precisión y consenso posible al experimentar el vino. Si bien existe la experiencia en la degustación de vinos, deberíamos catar humildemente y no pretender imponer un uniforme y único modelo de aproximación al vino () El uso de la metáfora nos lleva una descripción más holística del vino, que es más apropiada ya que nuestra percepción es, después de todo, multimodal y unitaria. También hay un importante lugar en la descripción del vino para el uso de las descripciones sinestésicas” (o la mezcla de impresiones de sentidos diferentes, n.d.a.).

Douglas Burnham (filósofo y amante del vino) y Ole Martin Skilleas (filósofo y apasionado de vinos) escribieron juntos Youll Never Drink Alone: Wine Tasting and Aesthetic Practice (Usted Nunca Beberá Solo: Degustación del Vino y Práctica Estética) donde aseveran que la apreciación de un vino es estética, “sin tener que argumentar que el vino es arte”. Discuten que el fundamento práctico de la degustación de vinos sea meramente sensorial y ponen como ejemplo que los “super degustadores”, “personas que son significativamente mejores que el promedio para detectar trazas de elementos de aroma y sabor no necesariamente son mejores para degustar vinos: a menudo reculan ante la astringencia y el calor (alcohólico) y no encuentran que el vino sea de ningún modo placentero”.

Más adelante expresan: “La práctica estética procura producir consenso en la interpretación, y por eso es que el juicio lleva al seguramente usted también lo ve del mismo modo () Cuando apreciamos buenos vinos tendemos a usar los mismos o muy similares conceptos a los empleados en la apreciación de pintura abstracta, música y otras artes” donde no hay “contenidos emocionales o narrativos”.

Burnham y Skilleas destacan la influencia Robert Parker en esta materia y mencionan lo que dice al propósito Jancis Robinson, según quien “los productores hacen vinos que a ellos mismos no les gustan pero los hacen () porque piensan que obtendrán más altos puntajes”. Concluyen que la apreciación del vino es una práctica estética “a través de un complejo set de actividades, competencias, conocimiento y uso del lenguaje, todos los cuales son originalmente por naturaleza intersubjetivos () el vocabulario estético que surge para comentar los resultados de una apreciación del vino no es un desesperado tentativo metafórico de describir estados meramente subjetivos. Más bien, este lenguaje es un elemento dentro de una coherente e intersubjetiva práctica de degustación. Esta práctica permite a los individuos percibir y compartir la experiencia de las calidades estéticas emergentes () Lejos de ser un tópico marginal, la apreciación del vino puede resultar ser catalizador de un considerable cambio dentro de la filosofía de la estética”.

Who Cares If You Like It, This Is a Good Wine Regardless (A Quién Le Importa Si A Usted le Gusta, Este Es Un Buen Vino De Todos Modos) es el ensayo de George Gale (filósofo, ex winemaker y vitivinicultor doméstico) quien piensa que “el vino es un objeto estético”. Tras repasar los elementos empíricos en los juicios estéticos, perceptivos y teóricos, concluye con una fuerte adhesión al método de la cata a ciegas ya que “el gusto y el olfato son simplemente demasiado susceptibles a la sugestión para permitir cualquier peligro de que la información desde el exterior se intrometa en la experiencia del degustador de vino”.

Steve Charters (abogado y Master of Wine) escribió Listening to the Wine Consumer: The Art of Drinking (Escuchando al Consumidor de Vino: El Arte de Beber), donde afirma que si bien hay “una larga tradición que excluye al vino de la apreciación estética,  no es una tradición universalmente aceptada () otros filósofos, como Sibley, han sugerido que si el vino es capaz de una apreciación estética, es irrelevante si es o no es una obra de arte”. Luego resume una serie de experiencias con paneles de consumidores que no percibieron gran similaridad entre beber vino y otras experiencias estéticas, porque “el vino no contiene ningún mensaje, mientras que el arte sí. Esto es predicado en base a la idea de que las obras de arte tienen un significado, una visión fuertemente respaldada por algunos filósofos de la estética () La perspectiva de los consumidores ni prueba ni niega que el consumo de vino sea una experiencia estética” pero sí confirma que su apreciación “tiene mucho en común con la de la música o las artes en general”.

En Is There Coffee or Blackberry in My Wine? (¿Hay Café o Moras en Mi Vino?) Kevin W. Sweeney (profesor de filosofía y enófilo) recuerda que Immanuel Kant admitía que un vaso de vino podía favorecer la conversación, pero creía que su degustación era algo personal y subjetivo. También cita a Hume en Of the Standard of Taste y su apotegma acerca de las cualidades que debe tener “el verdadero juez de las bellas artes (“fuerte sentido, unido a sentimiento delicado, mejorado por la práctica, perfeccionado por la comparación y desprovisto de todo prejuicio: sólo eso puede conferir a los críticos este valioso carácter”). Menciona varias substancias del vino cuyo efecto son descriptores bien conocidos y observa “la ingesta estética de vino se parece más al escuchar música que al contemplar una pintura” y concluye “la degustación de vino no es un placer sin objeto, es un encuentro realístico e imaginativo con un objeto gustativo”.

El winemaker Randall Grahm, graduado en artes y vitivinicultura, en The Soul of Wine: Digging for Meaning (El Alma del Vino: Buscando Significado) comienza ironizando acerca de Monsieur Parcaire y el Expectorator para tratar de entender qué decimos cuando decimos que “un vino tiene alma” y compara el Riesling alemán de un productor amigo suyo con vinos californianos, incluyendo el propio: el Riesling “parecía poseer un bien diferente orden de cualidades, como si hubiera llegado desde otro planeta () era ontológicamente diferente, de un diferente orden del ser () era como si los vinos californianos estuvieran envueltos en una suerte de placentera pero difusa niebla, mientras el Riesling poseía una suerte de pétrea resolución en su propio núcleo () los vinos californianos eran todos deseosamente exuberantes: tenían un afán de gustar, como si fueran cachorritos. El vino de André era también muy gustoso pero no estaba ahí para gustar”. Y liga esta percepción al terruño: el terroir “es el más claro sendero hacia la revelación del alma del vino () en los vinos del Nuevo Mundo, tendemos a confundir personalidad con alma” y sostiene que la tendencia a “anatomizar el vino, a considerarlo como una colección de elementos antes que un todo indivisible es un hábito muy engranado en la prensa del vino estadounidense () es algo fácil, cómodo y totalmente fuera del punto. Esta deconstrucción es en última instancia una violación de la integridad del vino y su esencia () valoramos estilo antes que substancia, superficie antes que profundidad”.

En The Notion of Terroir (La Noción de Terroir) el wine writer Matt Kramer analiza el tema del terroir al que explica por “dos fuerzas de la vida francesa: un inveterado regocijo por las diferencias y la aceptación de la ambigüedad” y compara al terroir con la acupuntura china: “el terroir puede presentarse, pero no puede probarse, excepto a través de los sentidos. Como la navegación polinesiana, es demasiado subjetivo para ser reproducible y por lo tanto creíble”.

Discute luego el conflicto entre el ego (del winemaker) y el terroir: “el control técnico en la vinicultura es reciente, y existe sólo desde fines de los 60. Nunca antes los productores tuvieron a tal punto la posibilidad de controlar al vino como hoy () el winemaker moderno puede insertarse entre el terroir y su vino en un grado antes desconocido” y toma partido a favor de aquellos terroiristes franceses cuya “humildad en sus vinos es casi Zen: su firma es una ausencia de firma () con mucha frecuencia, la firma sustituye a la falta de profundidad. Es más fácil y más gratificante para el ego jugar con barricas de roble nuevas y técnicas enológicas que laborar en el viñedo con viejas vides y podar con severidad para manter bajo el rendimiento”.

En Wine-tasting Epiphany: An Analysis of the 1976 California vs. France Tasting (Epifanía Degustatoria: Un Análisis de la Cata de 1976 California versus Francia)(de Orley Ashenfelter, economista y wine writer; Richard E. Quandt, economista y enófilo y George M. Taber, periodista y wine writer) se estudia la famosa degustación del 24 de mayo de 1976 en París organizada por Steven Spurrier con los mejores vinos franceses y los nuevos vinos californianos. Y rescatan lo que establecieron los pioneros Maynard Amerine y Edward Roessler en Wines: Their Sensory Evaluation o sea, que  a) la única forma de catar vinos es a ciegas, b) los juicios de los catadores deben ser independientes y c) los resultados deben ser reproducibles.

Justin Weinberg (profesor de filosofía y coleccionista de vinos) en Taste How Expensive This Is: A Problem of Wine and Rationality (Pruebe Qué Caro Que Es Esto: Un Problema de Vino y Racionalidad) analiza los precios del vino, partiendo del Cabernet Screaming Eagle 1997 que cuesta 2,5 mil dólares por botella o 3,33 dólares por mililitro: una botella a la que Robert Parker otorgó 100 puntos y llamó “un vino perfecto”. Weinberg dice que estos vinos  son bienes Veblen o de “consumo conspicuo” ya que el deseo por los vinos carísimos no está ligado a su calidad sino al precio y la motivación para consumirlos no es racional sino irracional. Concluye diciendo “como amante del vino, es difícil imaginar una época de la historia en la que hubiera sido mejor vivir que en la actualidad”.

En Questions of Taste: The Philosophy of Wine (Cuestiones de Gusto: La Filosofía del Vino), el filósofo y escritor Roger Scrutton en su ensayo titulado The Philosophy of Wine dice “los filósofos probablemente bebieron más de su buena parte de vino, pero no compensaron con buena parte de las palabras escritas acerca de él”. Analiza luego los efectos filosóficos de la ebriedad y se pregunta si los placeres sensoriales son placeres estéticos. “La enoparla en cierto sentido carece de fundamento, ya que no describe la manera en que el vino es, sino meramente la manera en que gusta. Y los sabores no son representaciones de los objetos que las poseen”, concluye.

Kent Bach (filósofo de la mente y el lenguaje, y enófilo) en Knowledge, Wine and Taste: What Good is Knowledge (in enjoying wine)? (Conocimiento, Vino y Gusto: ¿Para Qué Sirve el Conocimiento (en disfrutar al vino)?) parte de la pregunta “¿de qué sirve el conocimiento cuando se trata de disfrutar la experiencia de beber un vino? () o puesto de otro modo: ¿la diferencia entre el placer experimentado por el conocedor y un enófilo no experto, es puramente cognitiva o es al menos en parte sensorial?

Bach cree que degustar un vino que vale la pena es como escuchar un sonido musical.

El sentido del olfato es un gran misterio () diferentes teóricos plantean la existencia de cualquier cosa entre siete y dieciocho distintas dimensiones olfativas” allí donde la vista es tridimensional, el sonido bidimensional y el sabor, cuatri- o pentadimensional, si se cuenta al umami. “Estéticamente hay algo un poco perverso en permitir que los juicios comparativos dicten cuánto le gusta a uno un vino () ¿ser capaz de verbalizar lo que uno degusta incrementa la capacidad  de apreciarlo, de discernir y discriminar lo que hay en el vino, y de disfrutarlo? ¿O ello meramente facilita la capacidad propia de recordar e identificar y por lo tanto comparar con otros vinos?”. Bach concluye que “incluso los mejores vinos no son obras de arte. No tienen contenido cognitivo o emocional”.

En Wine and the Brain (Vino y el Cerebro), el ya citado Jamie Goode menciona un experimento hecho con resonancia magnética en 2002, que demostró que los degustadores entrenados perciben al vino en modo distinto a los no entrenados: en los primeros al degustar se activa un área cerebral (la amígdala-hipocampo) mientras no sucede lo mismo en los individuos sin experiencia.

Lo que los críticos califican no es una propiedad intrínseca del líquido en la botella, sino una representación  perceptiva que es hasta cierto grado específica de ellos () en la degustación de vinos, nuestro compartir una experiencia a través de una cultura común del vino permite que ocurra un grado de calibración de las representaciones perceptivas () la naturaleza de este vocabulario definirá la descripción de la experiencia e incluso la experiencia misma”.

Goode cita la experiencia del neurocientífico Read Montague que reprodujo el famoso “Desafío Pepsi” donde los sujetos degustaban Pepsi y Coca a ciegas y siempre preferían Pepsi…pero a botella descubierta les gustaba más Coca. Montague repitió la experiencia con un aparato de resonancia magnética y descubrió que Pepsi produce una respuesta más fuerte en el putamen ventral, región cerebral que procesaría las recompensas sensoriales: las personas que gustaban de Pepsi tenían un putamen 5 veces más activo que los que preferían la Coca. Luego Montague repitió el experimento pero diciéndole a los degustadores lo que bebían: la mayoría ahora preferió a la Coca y la actividad cerebral de los degustadores cambió, con mayor actividad en el córtex medio prefrontal, área que controla poderes cognitivos elevados: los sujetos permitían que la imagen de marca de Coca delineara sus preferencias. La conclusión es que hay una sola forma seria de catar vino: a ciegas.

The Power of Tastes: Reconciling Science and Subjectivity (El Poder de los Sabores: Reconciliando Ciencia y Subjetividad), de la filósofa de la ciencia Ophelia Deroy, analiza los aromas y sabores del vino que corresponden a determinadas substancias presentes en él y otras que son imaginarias o verbales, “ello no significa que nuestras evaluaciones no se refieran a carácterísticas objetivas de los vinos sino que, si lo son, éstas no pueden ser reducidas a un análisis químico básico. Requieren un distinto y cuidadoso examen, así como muchas palabras que usamos acerca del vino, como limpio o duro””. Luego analiza la dinámica olfativa y el equilibrio o balance del vino: “estos elementos pueden ser medidos por separado, pero no  hay un único perfil químico que indique en cuál punto relativo o de potencia de los ácidos, taninos y alcohol un vino alcanza el equilibrio. Este no es un fenómeno lineal y por lo tanto no puede ser predecido únicamente sobre la base del análisis químico”. En cuanto a los sabores, dice que la idea mecanicista de “a cada olor su estructura molecular” no es tan simple, pues hay diversas substancias en el vino que pueden transmitir un mismo aroma: un vino puede oler a vainilla sin contener ninguna molécula presente en la vainilla. Citando a Alicia en el País de las Maravillas, Deroy afirma que al degustar deberíamos centrarnos en “lo que este vino está haciendo” antes de “lo que es”. Cree que deberíamos decir que un vino “tiene el poder de provocar la experiencia del dulzor” antes que decir “es dulce”. Y concluye “un buen vino logrará más concordancia. Si el vino es malo, tiene pocas cualidades que se manifiestan en diferentes maneras, y nuestros comentarios del mismo son conflictivos y variables excepto cuando decimos que el vino es confuso. El desacuerdo y el beber silencioso: ambos son signos de que el vino es plano o malo”.

En Wine as an Aesthetic Object (El Vino como Objeto Estético), Tim Crane (filósofo de la mente y metafísico) afirma que “el vino ciertamente admite la evaluación estética () pero los vinos no son obras de arte y los wine-makers no son artistas. Y ello no es porque son aspirantes o confusos artistas que no alcanzan el estándar del arte () El vino es en cierto modo análogo a la música y en otro sentido no () a diferencia del arte que contiene un mensaje, el vino no transmite nada, no posee contenido intelectual o cognitivo” dice Crane, pero luego de recordar que también muchas obras de arte carecen de significado. “El vino es un objeto estético antes que una obra de arte”, concluye.

En Wine Epistemology: The Role of Reputational and Ranking Systems in the World of Wine (Epistemología del Vino: El Rol de los Sistemas Reputacionales y de Calificación en el Mundo del Vino) Gloria Origgi, filósofa y epistemóloga social, repasa el rol de las clasificaciones de los expertos en la apreciación de los vinos y dice “necesitamos expertos, categorías, etiquetas y sistemas de clasificación para adquirir una capacidad de discriminación” y tras comparar los sistemas de clasificación francés y californiano, analiza el rol del pandit Robert Parker en la materia y concluye “el novicio que se aproxima a un complejo y tradicional corpus de conocimiento como el de la experiencia del vino es confrontado con un paisaje normativo, rico en claves que emplea para orientar su sentido de discriminación”.

DB

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